domingo, 19 de agosto de 2012

Los Living (2011) de Martín Caparrós: una lectura déjà vu.


Seré breve: Los Living de Caparrós fue para mí un déjà vu. Otra vez: Los Living de Caparrós fue para mí un déjà vu. Semejante desahogo (¿negativo? ¿productivo?) exige, por lo menos, una breve explicación. La lectura déjà vu no es otra cosa -para mí- que aquella lectura que se ve contaminada constantemente (como una tormenta eléctrica en cámara lenta) por los fantasmas de otras lecturas. Esto así dicho resulta una obviedad, un presupuesto casi patético: sabemos –siempre lo supimos- que toda lectura resulta infectada por los fantasmas -las huellas, las voces- de otras lecturas. La particularidad de la lectura déjà vu radica simplemente en la cantidad, responde a un orden cuantitativo, es decir, en cuántas veces uno reconoce en la escritura de uno la escritura de otro. Trato de problematizar lo que Roland Barthes (1953) llama «el estilo» de un escritor: propre voix, le cœur de l'écrivain; es decir, aquel lenguaje que sale de la biología del escritor, de su mitología personal, de su pasado y sus secretos («la “cosa” del escritor, su esplendor y su prisión, su soledad»). Estamos de acuerdo en que un escritor escribe a partir de lo que lee, no hay acaso para el que escribe otra condición más fatal; uno inevitablemente se ve, en cierto momento de la lectura, transportado (me desvío, divago, levanto la cabeza) hacia otras lecturas. Y este entrar en otra aventura hace que un texto sea placentero: el placer del texto se encuentra en aquellas interrupciones y/o excepciones (Barthes, 1973). Pero, si uno se pasa muchas páginas yéndose a otro lado, no estando en Los Living, el placer comienza a declinar. Tampoco se trata de caer en la facilidad de decir: «a esto ya lo leí, ya lo vi en otra parte». Lo nuevo absoluto, lo sabemos, no existe. Todo se resume en crear un envase lo suficientemente bueno para que sea pasado como novedad. Como lectores, en este sentido, tenemos el deber de exigir que el otro bando luche (¿encarnizadamente? ¿a muerte? No, no soy tan pretencioso, con un Bolaño, un Piglia y un Pauls estoy más que bien) contra los estereotipos. Caparrós, mi tincho bigotín, ¿combate? ¿Es su escritura un arma contra los conformismos subjetivos? ¿Hay estilo en la literatura caparrosiana? Veremos. 

Pamplinas, pamplinas, vayamos a Los Living. Este texto comienza -al igual que el Tristram Shandy de Laurence Sterne- con el relato en primera persona del origen de Nito, es decir, con la narración de un «yo» todavía no nacido. Nito es puro líquido y células durante varias páginas hasta que nace el 1 de Julio de 1974, para muchos, el día más importante del SXX para los argentinos: el día en que el General muere: «Cuando nací llovía, y a nadie le importó. Aquel día, en verdad, a nadie le importaba nada, o eso decían: era un día en que convenía mostrar a quien quisiera verlo que a uno no le importaba nada más que la gran muerte del año, de la década, del siglo: esa mañana, mientras yo nacía, se murió Juan Perón, y a todos querían mostrar a quién sabe quién que nada más podía importarles». Ahora bien, si hay un fantasma que importuna en Los Living ese es el de los chicos del Puán. En efecto, el proyecto literario de Caparrós podría medirse con el de Kohan en Ciencias Morales y el de Pauls en Historia de llanto. Los tres escritores (los tres amigos del amo Herralde) podríamos imaginarlos en una mesa redonda, diagramando el rumbo de la literatura argentina (bueno, un rumbo de corte fino y de anarquistas de salón) y celebrando un acuerdo que volvería el trabajo de ciertos académicos un poco más fácil. El pacto, por llamarlo de algún modo, no es otro que el de contar el Horror desde otro ángulo (uno indirecto, no perigonal, sino más bien obtuso): Kohan cuenta el ocaso del Terrorismo de Estado desde la perspectiva de MaríaTeresa, una joven preceptora que viene a ocupar el primer eslabón de una larga y jerarquizada cadena destinada a preservar el orden y la rutina de todos los días del Colegio Nacional de Buenos Aires de 1982. María Teresa pareciera servir de ejemplo para sostener de un modo ingenuo la realidad de la obediencia debida: no sabe, sólo recibe órdenes y actúa por ellas. Pauls relata la inminencia del último golpe militar a través de la hipersensibilidad de un niño que, ya con 13 años, se entrega con furor a la causa marxista; lee a Fanon y sigue los avatares de la lucha armada a través de La causa peronista. Cuando ve por televisión, en septiembre de 1973, el bombardeo a la casa de la Moneda, no puede llorar: aquel niño cuya educación sentimental había sido edificada “alrededor de un núcleo de dolor intolerable” y que desconfiaba de la felicidad por tomarla como un mero sentimiento artificial, no ha podido estar a la altura de las circunstancias: «La única tragedia que es en verdad irreparable, no haber estado a la altura de la oportunidad» (…) «no ha sabido lo que había que saber. No ha sido contemporáneo». 

Caparrós, por último, piensa a la dictadura militar a partir de sus despojos. Pauls en antes, Kohan en el medio (sanguchito Puan), Caparrós en el después. 

Nito nace y su padre al poco tiempo muere. Él jamás lo llega a conocer y ya de grande comienza el rastrillaje identitario: «-Si tu papá también te llama Nito. –No. No sé, mi padre no está, nunca estuvo. -¿Cómo que nunca estuvo? – No sé. Mamá siempre vivió con Beto. Siempre vivimos los tres, quiero decir.- Entonces Titina se tomó su tiempo, se prendió un cigarrillo, miró la calle, los humos en el fondo de la calle, y me preguntó si de verdad no conocía a mi padre. No, ya te dije que no. ¿Y no será un desaparecido, tu papá?, me dijo en voz baja, mirando a los costados. Yo perdía pie, me iba cayendo: ¿un qué? Boludo, un desaparecido. Bueno él desapareció, sí. En casa nunca hablan de él. Titina me miró con su desprecio tierno y me preguntó si yo vivía en un termo». Comienza a partir de aquí una búsqueda que llevará a Nito a entablar una relación con los muertos, con los suyos y (el final es extraordinario) con los de todos. Si un hermenéutico me apurara con un cuchillo le diría que sí, que el tema del texto es la muerte, la relación que los vivos entablan con ella y sobre cómo el miedo interfiere en ese vínculo. Si en Historia del llanto el niño sabe escuchar («A una edad en que los niños se desesperan por hablar, él puede pasarse horas escuchando. Tiene cuatro años, o eso le han dicho»); en Los Living el flaco sabe pensar la muerte: «Algunos saben jugar al fútbol, otros cantan, otros resuelven logaritmos; yo sé pensar la muerte». Porque si hay algo que Caparrós ha sabido condensar muy bien en Los Living es justamente la idea de la muerte como postergación. Todos piensan que alguna vez van a morir. Pero piensan: “aún no, falta todavía”. Durante la mayor parte de la vida, la idea de la muerte es una idea que se posterga. Nos convencemos de que somos de alguna manera inmortales. Nito, con la ayuda de un cara brasilero, andará casa por casa y les relatará a los pobres que lo atiendan cómo van a morir. La tarea de Nito es sencilla: darles un sopapo existencial a los oyentes, infundirles miedo (único e irrepetible, que se genera al saber cómo y cuándo vas a morir) y que, a raíz de ese miedo, los incrédulos y descarriados acudan a la ayuda soberana de Dios para que les infunda paz y tranquilidad («ese miedo es bueno para ellos, mi querido: les permite rencontrarse con la Fe, recuperar sus vidas»). Así la iglesia incrementaría el número de fieles. Sin duda se puede pensar a Los Living a partir de lo que Heidegger llama el ser-para-la-muerte. 

Por otro lado, y aquí Caparrós termina de consolidar a la novela dentro del género picaresco, el curso de los acontecimientos en Los Living (al igual que Ungar en Tres ataúdes blancos) tomará un giro rotundo, todo se pondrá patas para arriba y el rumbo de las cosas se degenerará de tal modo que entrarán en escena Susana Giménez, el Tato Bores, Ramón Díaz, Menem y Moria Casan, entre otros. 
Lo mejor de la novela de Caparrós, en definitiva, son, en primer lugar (a) sus intersticios: antes de cada capítulo se introduce a modo de paratexto un diálogo (los únicos momentos en que la escritura abandona la primera persona) en el que Nito conversa con Carpanta y Titina el gran proyecto artístico que cambiará para siempre la vida de todos los argentinos, proyecto que recién se conocerá al final; y (b) el final: apocalíptico, bizarro, crítico, irónico, menemista, sin desperdicio. 

Para cerrar, retomo lo postulado al principio. Me preguntaba: ¿Caparrós lucha contra los estereotipos? ¿Hay estilo en Caparrós? Durante 350 páginas no. Los del Puán no dejan a mi lectura ser, se entrometen, el esplendor caparrosiano tarda en nacer. Es en el final en donde acontece la dicha bigotín: Tincho entra por la ventana de casa, arremete contra mis padres, caga a tiros a mi perro, me desordena la pieza: «Acá tenés estilo gordito». Y yo, al ritmo de la marcha peronista, no dejo de aplaudirlo. Leer Los Living fue como haberme agarrado a una minita después de que varios de mis amigos lo hayan hecho: literatura prescindible, gastada, de segunda mano, repetida, déjà vu, pero que en cuyo final, luego de haberme adentrado en los conductos húmedos de ella, el clímax le hubiera dado una revancha a la situación y yo, retomando con ganas la cosa -en un arrebato de frenesí- hubiera conocido el sentido de la vida.





   





1 comentario:

Consultoria Psicologica y Social dijo...

interesante el análisis del libro...ahora, una pregunta..a la minita te lagarrastes en el living también ??