martes, 31 de enero de 2012

Cecilia Palmeiro: Desbunde y felicidad

Reunidos en Asamblea General Ordinaria, nosotros, los integrantes responsables de la Asociación Amigos del Kraken (también conocida como La Orden del Kraken) declaramos de interés público y promovemos la publicación de la siguiente reseña en medios masivos de comunicación (léase Clarín, La Nación, Perfil o cualquier otro tipo de corporación pseudo-mafiosa dedicada a difundir falsedades diarias). El Kraken se reserva el derecho de obtener regalías por la publicación de esta nota, destinándose los fondos recaudados a lo que la Comisión Directiva de la Asociación así lo disponga y no contrayendo con el autor ninguna obligación monetaria, siendo el mismo libre de publicar su texto dónde así lo desee. 

A los 31 días del mes de enero del año 2012 (Año del Fin del Mundo) 

Asociación Amigos del Kraken.



Cecilia Palmeiro. Desbunde y felicidad: De la Cartonera a Perlongher

por Carlos Leonel Cherri


Cecilia Palmeiro
El libro de Cecilia Palmeiro, Desbunde y felicidad: De la Cartonera a Perlongher, fue escrito originalmente como tesis de doctorado en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Princeton, pero el itinerario que recorre y el trabajo de fuentes que realiza –especialmente con documentos y revistas de agrupaciones políticas LGTTTB– marca un recorrido que entrelaza lugares (Buenos Aires, San Pablo, Río de Janeiro, Londres), textos (panfletos políticos, literatura, crítica, ensayos, entrevistas) y temporalidades: desde finales de los 60’ hasta la primera década (00’) del nuevo milenio, donde el 2007 marca un corte/tope en el presente: un pasado reciente.

Si aceptamos que todo título es una forma de promesa, o marca el trazo de un devenir (el del desbunde y la felicidad) se puede pensar por algunos momentos que el camino en retrospectiva (de la Cartonera a Perlongher) que el título promete es una farsa. Y tal acusación se basa en términos estrictamente formales. Puesto que el libro se divide en tres capítulos que marcan un devenir opuesto (el del “curso histórico”): “Locas, milicos y fusiles: Néstor Perlongher y el Frente de Liberación Homosexual”, “El Brasil de la apertura: devenires minoritarios”, y el último y más largo “Buenos Aires era una fiesta”.

Sin embargo, la promesa es cumplida puesto que a lo largo del libro, en la introducción y en su conclusión especialmente, la autora exhibe las premisas de su dispositivo crítico, cuyo trasfondo teórico se basa en una lectura benjamineana que busca en lo ruinoso, en el pasado trunco, en el deseo irrealizado, cuyo eco contorna la emergencia y ruinosidad que retumba en el presente, y es este último el vínculo (el link, el salto virtual) hacia un pensamiento: las antiestéticas de lo trash, las subjetividades en fuga (diaspóricas y mutantes), lo queer. Se trata “de captar los impulsos insurgentes de la sociedad y proponer nuevos modos de experimentar la subjetividad, el cuerpo, el lenguaje y la tecnología” (p. 18). Es en ese yire (que marca una oscilación corporal y un vagabundeo teórico o viceversa) donde la autora capta el devenir retro: en el choque de fuerzas que produce un estado de la imaginación que es el presente (la Cartonera) se produce un punto de fuga a experiencias radicales que pueden tener el nombre de Perlongher o de lo queer. De modo que el primer postulado del dispositivo-Palmeiro radica en captar la emergencia/impulsos-insurgentes como forma de pensar la novedad radical de un tiempo (histórico) y la temporalidad (ahistórica, anacrónica) que gesticula (lo neobarroco como eco anticipado de la teoría queer, parafraseando una cita de Daniel Link que Palmeiro recuerda). 

Para pensar ese devenir-presente-reciente Palmeiro encuentra en Perlongher un recorrido práctico-teórico y material-histórico. Que no pasa por hablar del cuerpo (de su representación) sino de captar su puesta (un “poner el cuerpo” militante, erótica, estética, y antropológicamente) como modo de encontrar una experiencia-pensamiento que es también la tesis del primer capítulo: “toda su producción [la de Perlongher] puede ser pensada como una poética y una política del cuerpo desterritorializado por un deseo que puede ser ‘una pasión de abolición’ alzada contra toda institucionalización identitaria, jerarquizante y ordenadora, y como una ética de la sensualidad dionisíaca” (p. 19). De ese modo (luego de criticar las lecturas locales que priorizan lo poético y las brasileras que lo olvidan en pos de la producción antropológica) aborda los textos de Perlongher (poéticos, críticos y antropológicos) a través de una ética del cuerpo que condensa la política y la estética de una forma de vida: “La escritura aparecerá entonces como radicalización de una experiencia vital que es, fundamentalmente, una erótica y una política” (20). En ese rumeo de la experiencia-Perlongher que la lleva de Argentina a Brasil (ida y vuelta) Palmeiro deja ver otro claro postulado de su dispositivo crítico: toda historia es fundamentalmente la historia del cuerpo –porque es en él donde la inscripción encuentra su procedencia (Herkunft). 

Y con esa premisa articula el cuerpo-Perlongher: militante que piensa a la teoría como formulación verbal de la praxis (poner en la boca aquello que gesticula el cuerpo), marica-proletario que de la forma de vida construida (el puto de barrio, el barroco de trinchera) hace un dispositivo de lectura-escritura que emerge en sus textos antropológicos (O negocio do Miché, O que é a AIDS) y poéticos (una antiestética basada en el trasheo), y en sus pensamientos políticos que escogen a la mutación y al devenir-menor (contra cultural-genérico) como forma radical de subjetivación y disidencia micropolítica. 

La arqueología o archygrafía del cuerpo-experiencia-Perlongher (que es la experiencia neobarroca-queer de los 70-00) que realiza Palmeiro puede ser captada sólo en la remembranza (recordar, re-armar un cuerpo) de un pensamiento: la lectura de Deleuze, y de Guattari y Rolnik (Micropolítica. Cartografías del deseo); las discusiones políticas del FLH, el viaje a Brasil, las escrituras, la emergencia del Sida, la desidentificación. Y en ese gesto crítico podemos ver un tercer postulado: realizar una archygrafía-logía –pensar (lo) insurgente– implica someterse al, y captar el goce del texto en un proceso de asimilación, devenir y mutación estratégica: contagiarse, hacer alianza e inmixión con el (lo) diferente (de ese pensamiento)

Ya en Brasil (en el segundo capítulo) Palmeiro propone abordar el diálogo/influencia del pensamiento homo-feminista-antipatriarcal (rastreando el viaje de Perlongher) en las discusiones políticas de la época del desbunde: destape, pero también quilombo o despelote. Las propuestas y funciones de su lectura vuelven a repetirse: captar la emergencia, la informidad de lo nuevo. Así grafica las discusiones políticas del grupo SOMOS (surgido en 1978, nombre que homenajea a la revista del FLH) cartografiando una temporalidad: se trata de nuevo, pero ahora en Brasil, de la decantación de la política por lo político como sucedió en el presente (el “que se vayan todos”). El Movimiento Homosexual Brasileiro (MHB), especialmente la deixis colectiva del grupo SOMOS entra en diálogo no sólo con los principios y postulados de los movimientos antipatriarcales (para generalizar) de los 60-70 en Argentina, sino que es un antecedente más de las agrupaciones independientes, cooperativas, movimientos de desocupados en la Argentina de la crisis: es decir autonomistas, horizontales, micropolíticos, radicales en sus planteos minoritarios (en términos deleuzeanos). En uno de sus primeros documentos (A nossa proposta) el colectivo lo explica: “a mudança tem que se iniciar em nós próprios, na luta contra o nosso machismo e o nosso autoritarismo […] Nosso grupo não tem líderes nem pretende tê-los […] estamos tentando aliar política e prazer” (105). 

Las discusiones que recupera Palmeiro (y vale elogiar su trabajo de fuentes en Brasil) la llevan a captar nuevas voces: Leila Míccolis, João Silvério Trevizán, pero especialmente Glauco Mattoso, pues su libro Manual do podólatra amador fue epilogado por Néstor Perlongher a través de un texto titulado “O desejo do pé” (1986). 

En ese tejido de voces Palmeiro avanza con la lectura del Glauco buscando en los diferentes textos (en el desbunde genérico de su obra) la materialidad de una experiencia histórica (militante, literaria, teórica, publicitaria). Y encuentra en el sacanagem (joda, pero también joder en el sentido de perjudicar a otro) al nombre de autor y a la antropofagia mediante la estética de la coprofagia (que “entiende la herencia cultural como puro desperdicio”); pero también al erotismo a través de la erótica (molecular) del pie que hace del olor un epicentro del deseo (desplazando lo molar que puede asociarse a lo genital), debido a que –bien capta Perlongher– “los besos en los pies son AL PEDO” (127), y ahí, afirma Palmeiro, erótica y estética se conectan corporalmente (sexitextualidad es llamado este vínculo). 

Lo que encuentra la autora en estos recorridos de Argentina-Brasil son prácticas (acciones políticas-artísticas) y formas de vida que sacan a la literatura de sí. Formas de politización del arte que deparan en el lugar que tienen los documentos culturales a la hora de trabajar sobre la percepción afectando los procesos de singularización o subjetivación. En el caso de Perlongher se trata de una voz de puto de barrio que a través de un barroco de trinchera (neobarroco) hace de la escritura una máquina de guerra que trashea (hace lixo) el lujo (luxo) de los documentos del patrimonio cultural y su promesa de normalidad (clasificación, disciplinamiento) afianzada a la moderna “civilización” capitalista; y en el caso de Mattoso se parte de los vínculos con la literatura marginal brasilera de los 60’ (literatura de cordel, libritos baratos y artesanales, una mezcla de basura reciclada y literatura denominada lixoratura) para repensar las funcionalidades de las intervenciones de Mattoso que al incorporar fragmentos de lo real (realias) propone una “literatura” que hibrida géneros (periodismo, poesía, autobiografía, pornografía, discusiones políticas) y formatos (libro, volante, panfleto, correspondencia), estableciendo relaciones éxtimas que disuelven cualquier dialéctica entre un adentro y un afuera sacando de quicio la institución literaria. 

El último capítulo del libro es quizás el más rico y denso. No sólo por su extensión, sino por lo abarcativo y diverso del corpus literario que trabaja (Cesar Aira, Cecilia Pavón, Gabriela Bejerman, Fernanda Laguna, Pablo Pérez, Dani Umpi, Alejandro López y Whashington Cucurto) además del recorrido crítico-teórico que intenta terminar de pulir en este capítulo: una reflexión sobre el estatuto posautónomo de lo literario que lejos de tener que ver con lo liberal de la escritura se manifiesta a través de una politización del producto artístico (autor, editor, agente publicitario, narrador entran en un juego de pliegues y continuidades) en términos benjamineanos. 

Si el arte cambia las formas de lectura y vinculación con dichas territorialidades es porque ella (pronombre que incluye a la crítica) se encuentra en proceso de crisis. Y ese nuevo umbral que atravesamos es el que el libro quiere recorrer. Porque esas experiencias truncadas que vuelven como eco (por las primeras ediciones y compilaciones de la obra de Perlongher, por el catálogo de Eloisa Cartonera, por los viajes de artistas, etc.) se disparan mostrando nuevas relaciones atravesadas por la vida: textos, emprendimientos culturales, cooperativas, música-artes-plásticas-literatura-poesía-cine (todo junto: es literatura porque no fue canción o guión de cine), militancia, etc. Donde la técnica lejos de descubrir algo viene a potenciar y poner en mutación formas de singularización ya presentes. 

Por lo tanto el último capítulo desglosa una serie de tópicos que de maneras específicas hacen síntoma en cada experiencia estética (perceptivas) en crisis: el régimen de extimidad radicalizado por el yolleo, por la hibridez genérica (blogs, chats, diarios íntimo-públicos), por la espectacularidad (la imagen que nos mira) y cuyos efectos hacen foco en la realidadficción (o realias, o restos de real) generando ambivalencia e imposibilidad de asir en lo que se refiere al estatuto de verdad o contacto del arte; pero también la imbricación entre lo público y lo privado. La vida se contamina (como la de Fernanda Laguna o la de Cucurto) de este estado cultural de radical diferencia: ya nos es imposible delimitar figuras como autor, estilo, obra y texto. Todos los objetos siguen la lógica del pasaje o el efecto de continuidad traumática con los sujetos ensayando nuevas formas de inmixión con el mundo. 

No es casual que estos textos desde diferentes tonalidades –(neo)pop electrónico (disco) y folk (bailanta), neobarroso(borroso), post-humanismo biopolítico, pornografía-masoquismo– exploren la posibilidad de la comunidad queer, es decir políticas de amistad (de alianza y contagio) que potencian la singularidad de sus rarezas. Y esa exploración está puesta en realidadficción: se explora desde lo literarario pero también desde las técnicas (del yo): la galería de arte Belleza y Felicidad, las Cartoneras como el nuevo boom (trasheado) latinoamericano-mundial, la militancia, la micropolítica. 

El libro de Cecilia Palmiero es un nuevo agite para pensar el presente, y esa propuesta incluye todo aquello (que nos) reciente histórica y anacrónicamente. El dispositivo de lectura que monta es también una máquina de guerra que hereda de la enunciaciones colectivas la unión de lo queer con lo trash potenciando los alcances de estos conceptos. 

Revelarse contra la identidad en tanto captación del mercado (guettificación) que fetichiza la diferencia es su propuesta: lo queer nunca puede ser identitario (lo gay como nicho de mercado por ejemplo), por el contrario es la fuerza de la diferencia enviada hacia la exploración de la rareza. No es casual que el libro concluya hablando de Tu Rito que “no es ya una galería de arte ni una editorial”, sino “un espacio de ‘experiencias’ colectivas” donde no hay puertas, no hay nada a la venta, y salvo algunas noches, nadie atiende o recibe. Máquina de guerra y agite cultural –como Tu Rito y las experiencias que recorre– el texto quiere pensarse como arenga política deseosa de antítesis, o antídotos contra la mercantilización del arte, la privatización de los espacios públicos y la diferencia a través de la reinvención y mutación soberana de sí (p. 339-340). 

Santa Fe, 27 de Enero de 2012.

viernes, 13 de enero de 2012

A The Wire. Un homenaje.




Nadie gana. Solo un bando pierde más lentamente que el otro.


¿Spinoza? ¿Descartes? ¿Algún estoico? ¿El renacer helenista de la Alemania del Siglo XIX? No. Simplemente un policía. Quizás allí radique el porqué termine prestando servicio a las fuerzas educativas y deje de lado las instituciones políticas.

En esa simple frase de Pryzbylewski (la difícil pronunciación de su nombre solo se compara a su grandeza), se esconde el sentido totalizador de The Wire. Que un simple policía revele esta verdad en la cuarta temporada demuestra la grandeza que hay detrás de esta serie.

5 temporadas, 60 capítulos, infinidad de escenarios y lazos que se cruzan, una cantidad bastante considerable de policías, ladrones, mafiosos, ladrones, políticos y traficantes de droga. Cada temporada se centra en un aspecto, a veces más definido, a veces de límites difusos, de la conformación de Baltimore como un todo. Así como Ítalo Calvino intentaba mostrar una ciudad donde todos los aspectos queden abarcados, en la ya clásica “Las ciudades invisibles”1; David Simon (creador de la serie, gurú y exponente del hipsterismo televisivo) nos traerá a nosotros a Baltimore en un intento de plenitud total (redundancia on). Su sistema educativo, su sistema político, su sistema comercial, su sistema de seguridad, la burocracia, estas serán las grandes moiras que tejan el destino de toda la serie. 2

En la afirmación de Pryzbylewski (o Prez, o Mr. Prezbo) vemos cómo ningún lado de la ciudad va a ganar. Ni los buenos ni los malos, ni los garcas ni los honestos ¿acaso queda alguno?, ni los blancos ni los negros. Solo serán pequeñas victorias transitorias o momentos de pequeño jolgorio para uno u otro bando. Cada “victoria” en algún lugar terminará resultando en una derrota hacia otro lado, rememorando el viejo concepto newtoniano de que para toda acción ocurrirá así una reacción de igual magnitud y en dirección opuesta. En hechos, si le pongo plata encima a las escuelas, le saco a la policía. Si creo un asesino serial surgirá siempre algún imitador (un copycat en jerga poli de yanquilandia). Si abandono la escuela empiezo a escalar socialmente en el mundo de las drogas, y así podríamos seguir mucho tiempo más.

Uno de los aspectos más importantes que presenta The Wire es la conformación de sus personajes, podemos constantemente estar cambiando de personaje favorito odiándolo o amándolo según en qué nuevo lío se esté metiendo. De hecho el “personaje principal” Jimmy “Macanas” McNulty se da el lujo de desaparecer casi por completo en la penúltima temporada y reaparecer sobre la última temporada en su máximo estado de ebriedad, desenfreno y locura. Pocas veces tuve la oportunidad de lamentar tanto la muerte de un personaje como cuando muere *spoiler* Bodie *spoiler*, llegar a identificarte con “el malo” de algo es sencillo, hace falta poner a un tipo medio loco, que se atreva a decir lo que todo el mundo piense, pero a veces elije callar y listo, el lazo identificatorio con el villano ya está forjado. Pero crear un lazo emotivo, y no simplemente de mera identificación, sino casi de amistad es algo mucho más difícil de lograr. Y ahí es donde The Wire demuestra su grandeza. Siempre va a haber alguien más garca y con menos códigos, y a veces no es el simple negro que vende drogas en la esquina, a veces es el jefe de la policía. Es casi utópico ver la serie sin pensar en encontrar dónde se esconde cada personaje en el mundo que nos rodea ¿Cuál es el policía mas garca? ¿Cuál es el político con aparentes buenas intenciones que nunca termina de completar una buena acción? ¿Cuál es el líder sindical que tiene casi la misma fuerza que cualquier político?

Lo que mejor sabe hacer la serie es pararse y mostrar, y dejarnos a nosotros el papel de decidir nuestros aliados y enemigos. No se trata acá de mostrarnos y enseñarnos cuál es el bando bueno y cuál es el bando malo, de ahí también esos finales tan impredecibles para cada personaje mueren los que eran intocables, ascienden los que eran inútiles, descienden o son despedidos los aplicados.
El destino como gran fuerza motora (si, otra vez lo griego) no tendrá así papeles importantes para desarrollar y es así como vamos a ver que se puede escapar a una realidad que parecía casi ineludible, eso sí, solo va a ser necesario saber qué culos lamer y qué cabezas cortar.

Anécdota intrascendente.

Ayer mismo acompañe a mi hermano a una ferretería y lo intimé a que compre una pistola de clavos. El chiste fue excelente, además, debo aclarar que logré de manera bastante acertada (al menos a mi parecer) la horripilante voz de Snoop. Como era de esperarse mi hermano no supo identificar la referencia a una serie que no vio y probablemente no vea. Y es allí donde pensé que por un breve momento le estuve devolviendo a The Wire, al menos un poco de todo lo que me dio durante 5 temporadas.


Lo que intentaba ser un post sobre The Wire terminó siendo una gran nadería. Si usted ya vio The wire y quiere leer algo como la gente, hágase un favor, pase por acá http://elbailemoderno.blogspot.com/2010/06/visite-baltimore-una-apreciacion-de.html
(Aclaro. El epígrafe que usan, es el mismo que usé yo. Yo no se los robé, al contrario, cual Borges y sus precursores, ellos me robaron el epígrafe a mí).


1-Aclaro acá que nunca leí el libro y no sé muy bien de qué trata, así que la simple referencia puede no corresponder con la idea.
2-Infinidad de escritos sobre The Wire encuentran puntos de contacto con la tragedia griega. Yo no quería ser menos.