martes, 30 de abril de 2013

Hebe Uhart, o por qué los abuelos huérfanos no hacen literatura



Hebe Uhart, Hebe Uhart, Hebe Uhart.


Esta señora tiene un nombre que suena mucho a que vino de algún país sovietoide de Europa del Este, pero dicen que es argentina. Como sea, hace algunos años su nombre comenzó a aparecer en los diarios que yo leía, en las bocas de sus colegas que admiraba, en las reseñas blogueras que visitaba, en los programas literarios de canal (á) que invariable y monopólicamente conduce Silvia Hopenhaym y veía en tristes tardes de aburrimiento... Miren, casi les diría que hasta lo susurraban las viejas en las calles (como dijo una vez un amigo sobre Bolaño). 

Por eso, como en este país las mayorías suelen tener la verdad sobre todos los órdenes de nuestras vidas, me dejé llevar por la marea de sugestiones, y creyendo que el Destino me indicaba que la obra de esta apacible viejita (esa era la imagen construida en mi cabeza a partir de los retazos que había reunido) era digna de admiración, aproveché la posibilidad de comprar uno de sus libros a un precio razonable y lo ubiqué con orgullo en el estante de literatura argentina.

Como sucede con la mayoría de las cosas que compro, van quedando ahí apiladas por un tiempo incierto, tapadas por nuevas compras, eclipsadas por otras lecturas más urgentes, o no tan urgentes pero que por algún motivo se vuelven necesarias, o por ataques involuntarios de leer “ese” libro. Aunque sea una página, dos, un cuento, dos, un capítulo, un poema, y vueltos a olvidar. En la ignominia de la mesita de luz descansan los restos de lecturas que alguna vez fueron, que alguna vez comenzaron para algún día terminar. O no. Nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y así se vive, en un infinito ir a la deriva sobre los textos. 


Hebe Uhart, Hebe Uhart, Hebe Uhart.


“Para las 20, se prevé la mesa “Voces y recorridos de la narrativa argentina”, con la presencia de Matías Capelli, Juan Martini y Hebe Uhart. Este espacio dedicado a la narrativa argentina permite el diálogo y el descubrimiento de textos y autores. En esta oportunidad, los escritores leen sus textos; los relatos toman cuerpo en la voz de sus creadores.”

El VIII Argentino de Literatura promete una mesa con autores que publican en el circuito más valorado (¿estéticamente?) del mundillo literario argentino: Adriana Hidalgo, Eterna Cadencia, etc. Nombres desconocidos para el gran público. Su evocación en boca de alguien sólo puede significar que él también comparte el secreto revelado a un selecto grupo de iniciados. O que también son tremendos nabos como nosotros.


Hebe Uhart, Hebe Uhart, Hebe Uhart.


Otra vez ese nombre se entromete en mi mundo, llamando, gritando, pidiendo atención. Desde la biblioteca, atrás de una pilita de libros recién comprados, medio escondido entre las sombras de un rincón del mueble, claman las páginas de Turistas. En la memoria se enciende algún circuito y recuerda que ese pequeño objeto está ahí olvidado. Mejor leer algo de la señora antes de ir a escucharla. Es que de otro modo sería como ir a un recital sin haber escuchado nunca a la banda. Sí, podemos hacer eso, lo hacemos muchas veces, pero conocer algo de antemano nos puede dar un plus de disfrute. Podemos corear la canción y no sentir vergüenza cuando todos se emocionan con el hit y nosotros miramos como desorientados esa marea vociferando algo que no conocemos.

Siempre pienso que la mejor forma de no decepcionarse con algo es partir desde una expectativa casi inexistente. De ahí al éxito hay mucho camino para recorrer, y en el caso de que resulte una porquería, ya nos habíamos preparado para que así sea.

Lamentablemente, no seguí mi premisa con Turistas, y así arranqué a leerlo con las expectativas bastante altas de encontrarme lo que Gandolfo define desde su contratapa: “Hebe Uhart se ubica entre aquellos donde un “modo de mirar” segrega un “modo de decir”, un estilo. Como Kafka, Felisberto Hernández, Mario Levrero, Millás, o Lispector. La mirada de la autora ve algo, y en la búsqueda del mejor modo de ponerlo en palabras, va construyendo un articulado, discreto lenguaje propio, que no se impone a lo percibido, sino que se origina en ese mundo”, mientras Kohan dice que: “La suya es una literatura de la experiencia, pero de una experiencia de baja intensidad, siempre módica, tal vez por eso podría admitir el atributo de minimalista. Aunque Uhart no lo admite. No hay jerarquía de lo que es importante para escribir” y Fogwill culmina asegurando “Hebe Uhart es la mejor escritora argentina.”

Una crónica, dos. Releeo, temiendo haber dejado pasar algo. Lo cierro. Miro al libro como esperando que alguna clave se revele, que me tire un guiño, como si existiese un ritual secreto que yo no conozco y que debería cumplir para que libere al genio de la lámpara. Lo abro por tecera vez, leo la primera crónica, salteo la segunda, leo una de más atrás. Nada. La desilusión cae sobre mis expectativas como una revelación: el libro es -con perdón del tecnicismo- una porquería. 

Ya con las expectativas por el piso, me dejo llevar a la mesa del Argentino. Una mínima esperanza se alberga en mi corazón: que justo haya comprado el peor libro de Hebe Uhart. Así espero sentado que aparezcan los escritores del panel y sean presentados por la coordinadora de turno. Juan Martini me duerme leyendo un fragmento de once páginas del sexto capítulo del segundo volumen de su novela. O sea, Martini, nunca voy a entender el criterio que usan los escritores para leer sus textos en paneles. No entiendo de dónde viene lo que estás leyendo. Sí, peronismo, bla, el pueblo, bla, y después decís que vas a dejar de leer porque ya notás que estás aburriendo al público. (Eso voy a tratar en mi ponencia sobre la lectura en paneles: “Escritores y lecturas en vivo. La potencia de la palabra culo”).

Después lee el otro, que la verdad ni recuerdo qué leyó, así que probablemente no haya sido nada grandioso. Y por último la archiconsagrada y re capa de la vida Hebe Uhart.


Hebe Uhart, Hebe Uhart, Hebe Uhart.


Las cosas no comienzan bien. La señora se presenta en pose de vieja canchera, modernosa-cool y dice que va a leer unas crónicas de su viaje por las sierras de Córdoba y no sé qué otros lugares de Argentina. En un ritmo apresurado, como dando vitalidad y frescura (sí, adjetivo digno de una lechuga) lee algo como: “los de las casitas bien delineadas viven el presente. Los que guardan cachivaches es porque esas herramientas eran del padre, la casita vieja del perro que se murió, el carro del padrino que lo dejaba allí. Teniendo el carro, tengo al padrino.”

Anonadado, desilusionado, exasperado, fastidiado, hastiado, decepcionado... compruebo que nada ha cambiado de lo que ya conocí por el libro. Mi única forma de encontrarle una explicación a todo esto es pensar que Hebe Uhart no tiene nietos, o se murieron, o no se la bancan. Es decir, es una abuela huérfana, una abuela sin nietos.

Hebe Uhart, como todo abuelo que se precie, necesita generar un vínculo con su descendencia, entre otras cosas, por medio de sus relatos y anécdotas. Para ello, ante la falta de nietos propios, ha recurrido al viejo arte de tomarlos por adopción. La tragedia, la desgracia, la insoportable realidad es que la señora ha tomado por nietos a todos aquellos que son convencidos de que en realidad son sus lectores. ¡Despierten, amigos, despierten! Lo único que hace Hebe Uhart es contarnos sus relatos y anécdotas de vieja. Tristemente, sus libros no son más que eso, no son nada parecido a la literatura.