viernes, 17 de junio de 2011

Todos los Julios el Julio

I
Interminables exordios 

Cortázar es uno de esos escritores que todos pretendemos haber leído para no quedar mal. No al nivel de Joyce –del que se sabe que nunca nadie lo leyó, pero todos lo citan– sino de esos que por vergüenza no admitimos desconocer completamente. ¡Vamos gente, a sincerarse! que, en el fondo, somos todos un poco como Zelig.

Cuando digo todos, estoy hablando obviamente de unos pocos, esos pocos que somos nosotros: los que vamos por la vida chapeando nuestros libros de Bolaño, nuestras novelas de Pynchon, o el haber sido el primero dentro de la orden en descubrir a Robbe-Grillet, a George Perec, a Vila-Matas, a Alan Pauls, o a una interminable lista de personajes (el vértigo de las listas es tarea de Brunomilan, no pretendo robarle el privilegio).

No tengo empacho en decir que nunca leí Rayuela. Tampoco quiero decir que andaría por las calles con una remera que diga: “No leí Rayuela”. No es algo de lo que me enorgullesco, tampoco es algo que me quite el sueño, ni mucho menos algo que me niegue a hacer. Simplemente no lo hice... porque se dio así, porque quiero leer tantas cosas que mi deambular por los libros es caótico, irregular, azaroso. No sigo un programa de lectura: primero esto, después aquel, mañana eso. No puedo. El número de libros «por leer» es tantísimo más grande del que «estoy leyendo» (y mientras escribo, el número de libros por leer aumenta... también la deuda externa).

Por ejemplo, no sé hace cuántos años salió la película del “Nombre de la Rosa”, pero siempre me negué a verla antes de leer el libro. Al día de hoy no leí el libro –espera paciente en la repisa de los deseados–, ni tampoco vi la película.

En algún momento pensé en no leer nada nuevo, ni raro, ni poco conocido, ni marginal, ni..., o leer muy poco, e intentar primero abarcar los “imprescindibles” (y vaya uno a saber quién dice cuáles son: vox populi, la academia, los intelectuales de ayer, los de hoy, los diarios, Beatriz Sarlo... todos y ninguno). No tardé mucho tiempo en darme cuenta que era una completa estupidez. Creo que debe haber sido uno de los mayores momentos de lucidez de mi vida, ese día en que me decidí a leer todo... porque «leer todo» significa perseguir como un estúpido esa utopía. Sordamente. Sin hacerme problemas por lo que jamás voy a leer. Aprender a vivir con la imposibilidad... y freno acá, antes de hacer mal uso del psiconálisis para mi provecho.


II
Todos los Julios el Julio


En realidad no quería hablar de esto: de lo que no leí. Quiero hablar/escribir de lo que sí leí. Quería contarles que leí a Cortázar; no leí Rayuela, pero leí a Cortázar. Y ahora siento apenas –apenitas– un poco menos de vergüenza. No se entusiasmen, no voy a hablar de Cortázar en general (como parece prometer el título), tan sólo de uno, el Julio de Todos los fuegos el fuego. Sí, leí otras cosas: algo de Bestiario, alguna que otra fábula. Si hasta participé del desmenuzamiento de Casa Tomada. Pero esos son apenas flashes, sólo algunos glimpses (¡ay!, me puse anglófilo. Hola Said).

Quería contarles que hacía tiempo que no disfrutaba tanto un libro entero. Tal vez el último haya sido La crítica de las armas. Pero todos los fuegos es un libro de cuentos, y la lectura se vive de otra manera que con una novela. Probablemente leer un libro con cuentos sea algo más parecido a escuchar un disco (aunque algunos discos puedan asemejarse más a la estructura de una novela, como Tommy o The Wall. O cualquiera que se instale en lo que se conoce como ópera rock). Pero también hay libros y discos que tienen un espíritu más de "recopilación", de diferentes narraciones juntas en un mismo volúmen, pero no por eso parte de una misma historia. Los hay con un centro bien evidente, un leit-motiv; pero también los hay con un centro que está en todas partes, pero en ninguna. Leer Todos los fuegos es comparable –si quieren continuar la analogía– a escuchar «Bicicleta», un "rejunte de cosas", no tan evidentemente conectadas, pero en la que no falla ninguna. No hay una que digas: “bueno, pero si no tuviera esto, sería lo más de lo más”. Es lo más de lo más. Sin sacar nada. Sí, alguno gusta más que el otro, pero no quiere decir que el que gusta menos sea desechable, detestable, sino que el primero es superior, mejor que genial, un «excelente plus».

Por ejemplo, el primero –La autopista del sur– podría espantar a unos cuantos lectores, personas que arrojarían el libro a hogueras públicas al grito de "¡es re pesado, lento, no pasa nada, demasiado descriptivo, aburrido!", acompañando el grito con interminables alusiones a partes íntimas de la madre, hermana, tía, lora y demás allegados femeninos de Cortázar. Tal vez estos lectores no prestaron atención a lo que se narra. ¡Hello!, es un embotellamiento, señora. Lo que sucede, señora, es que el mismo cuento es un embotellamiento: es lento, aburre, impacienta, exaspera. En fin, te dan ganas de matar al intendente. Obviamente, con esto no alcanza. Claro, si fuera lento, aburrido, exasperante y ya, sería una porquería. La genialidad del cuento es llevar esta situación al extremo, exagerarla al punto de convertirla en absurda. Ya no estamos leyendo la narración de un embotellamiento en las afueras de París, lo que se presenta ante nosotros ahora es el surgimiento de una sociedad. Un grupo de sobrevivientes aprendiendo a vivir en una isla perdida. Una isla en la que no hay ningún Julián Weich que los llame a consejo al final de la semana, pero en la que tampoco hay osos polares, others, humos negros vengativos, o iraquíes torturadores. Vemos a Taunus convertirse en lider, al ingeniero del 404 tener un romance con Dauphine (amorío típico de todo grupo de gente perdido en una isla). Cada actor de la "Gran Sociedad" está representada: los ancianos, los niños, los jóvenes rebeldes, la mujer que los hombres se disputa, los comerciantes ("Porsche"). 

Y una vez que estamos convencidos de que todo eso es una realidad instalada para siempre, el embotellamiento se disuelve, los autos comienzan a moverse. Es el regreso de los sobrevivientes a la sociedad. Nunca sabremos si pudieron adaptarse o si jamás lograron la reinserción. Ya no importa. Todo aquello terminará por olvidarse.

Para no extender más esto que ya es demasiado extenso para la web, sepan que mi silencio en cuánto a los demás cuentos no significa que no tengo nada que decir de ellos. Espero que con esta frase se resuma lo que les hubiera dicho: «¡Léanlos, no los van a defraudar!».