No quiero escribir sobre eso, sobre cómo la ideología dominante contamina las políticas educativas y moldea los cuerpos de su ecosistema. No, basta leer el capítulo III. Disciplina: cuerpos dóciles (Pág. 82) de Vigilar y castigar (1975) de Michel Foucault y el texto Subversión en el ámbito educativo. (Conozcamos a nuestro enemigo) que promulgó el gobierno militar en octubre de 1977, para tener una idea bastante rica sobre el tema. «Nena, nena, nena, oh». El cappuccino ya está frío y ya no tengo moscas que matar. Ha quedado sólo el hedor, sólo la atmósfera viciada, nada de cuerpos contaminados; un hedor que no se ve, que es invisible pero que está, algo incorpóreo que no se puede agarrar pero sí sentir. Si hubo algo que supo materializar extraordinariamente Kohan en la escritura de su novela fue precisamente ese hedor, que no es otra cosa que la atmósfera propia del Terrorismo de Estado. A través de una forma construida a partir de silencios, elipsis, lagunas, envíos, fragmentos, citas, títulos de otros textos, etc. logró construir una atmósfera gris, oscura, propia de una época en la que si se habló, fue para no hablar[3]. El contenido y la forma pergeñaron para hilvanar un clima de encierro, una atmósfera de subordinación: (“la suspensión espesa de un aire turbio” –Pág. 169- ).
Acá, en mi escritorio, con mi cappuccino ya frío, con los cuerpos de las moscas ya muertas, con unos estómagos ya sin ideas, sin ruidos, incapaces de zumbar, dejo de cantar y pienso; pienso en mi lectura, en una lectura que sólo se ha quedado con ese hedor, ese aire alienante que recorre los pasillos del Colegio, también sus baños, sus aulas, sus personajes: “Una luz de día nublado flota siempre en los claustros del colegio; nada cambia que afuera brille el sol o no brille el sol.” (-Pág.18-); “Bajo los muros del colegio, densos como su historia, el silencio es total.” (-Pág.32-); “(…) ella presiente un aire siniestro al tratar de adivinar la existencia de los túneles secretos.” (-Pág.34-); “[el personal de limpieza] Son personas muy calladas, visten guardapolvos azules, sus nombres nadie los conoce y durante el horario de clases nunca se los ve.” (Pág.-91- ).
[1] “Tampoco ella sabe con precisión qué es lo que está pasando, aunque se desenvuelva con la resolución de los que sí saben. Tampoco ella tiene las ideas claras.” Pág. 35.
[2] La mirada Invisible (2010) dirigida por Diego Lerman.
[3] Esta estética del decir de la ausencia la instaura Ricardo Piglia con su Respiración Artificial (1980): “ Como usted ha comprendido, dice ahora Tardewski, si hemos hablado tanto, si hemos hablado toda la noche, fue para no hablar, o sea, para no decir nada sobre él, sobre el profesor. Hemos hablado y hablado porque sobre él no hay nada que se pueda decir” (Pág. 215).