domingo, 19 de diciembre de 2010

Te veré en el infierno 2010: los mejores libros del año

Llega fin de año y lo que para algunos es motivo de dicha y celebración, para otros, como yo, se trasforma en una nueva causa de molestia: el tedio y desgaste físico/emocional acumulado por la rutina académica muta por los avatares epócales rápidamente, y casi sin darme cuenta, en horror. En medio de una lectura espinosa me acuerdo que en algunos días deberé compartir toda una serie de comidas protocolares con una serie de despreciables desconocidos llamados familiares y en ese momento mágicamente los arbolitos chomskyanos ya no parecen tan aterradores como antes.

El fin de año tiene su lógica propia, los pensamientos abandonan la dispersión creada por meses de stress, y esas masas inconexas de asociaciones múltiples en la que “fútbol”, “culos”, “Borges” y “exámenes” piden relevos infinitamente es reemplazada por un nuevo régimen mental. Llega diciembre y nuestra vida empieza a funcionar en base a listas, listas de todo tipo: regalos navideños, adornos, invitaciones, comida, bebidas, etc. Pero sobre todo Diciembre es el momento ideal del balance: los hechos heteróclitos y banales que nos ocurrieron durante el año se ubican en una orden de meritos. Los anuarios y rankings se transforman en lei motiv. Y películas, discos y libros consumidos pugnan entre si por sobrevivir al olvido y encaramarse en lo más alto de esas listas. Pero hay peros.

Hace ya algunos años comprendí que armar una lista que se subordine a las obras producidas dentro del año calendario es una soberana pelotudes. Más que nunca el tiempo ha perdido cierta linealidad y homogeneidad de antaño (o así es como tal vez yo, contemporáneo del orto, lo percibo), en detrimento de un presente ilusorio y nebuloso que se escurre de nuestras manos como granos de arena, tan difícil de aprehender o asir como intentar ver una película en el cine sentado en la primera fila. “La contemporaneidad nos condena a la miopía” dijo Andahazi en un rapto de genialidad que resume básicamente mi idea. Por eso siempre considero mucho más respetable elegir las obras de cualquier año que yo encontré como más destacadas y representativas de MI año. Además ya lo dijo el cineasta Nicolás Prividerael futuro del cine esta en su pasado, en una retrospectiva de un autor desconocido”. Atosigarse con la cartelera, la novedad, el hype no nos hace más sabios, sino sólo vivir en un estado de F5 constante que no garantiza nada.

Entonces: venia pensando en esa tentativa lista, cuando llegué a los libros. Siempre fue para mi un problema armar lista de libros, primero porque las distintas contingencias cotidianas me impiden leer con la asiduidad que quisiera y segundo porque el objeto libro sigue siendo un bien de acceso ligeramente restringido si lo comparamos con discos y películas (leer libros en pdf es para anal retentivos, no jodamos). Si le sumamos además la dificultad para conseguir ciertas obras, porque están agotadas, no tienen edición, traducción, el panorama se complica…

Actualizando entonces en mi rígido mental los libros leídos en este año hay tres que sobresalen claramente sobre el resto. Leídas en momentos bien diferentes del año estas novelas magnánimas, soberbias y quizás irreconciliablemente opuestas son clásicos que nadie debería dejar de leer. La excitación hizo que quizás me haya adelantado en la oración anterior, pero es verdad, estos tres libros, conocidos si, sólo les resta una sólo cosa para transformarse en obras cumbres de la literatura universal: tiempo. Más que atrevimiento, creo que la selección de estos libros entrará dentro de la categoría de la obviedad, pero en ciertos casos es mejor redundar que callar, ahí van:


Roberto Bolaño – “Los detectives Salvajes”

La crítica biográfica nos dice más de aquel que reseña que del libro en si. Salvo un diario de un escritor (famoso) a nadie le interesa conocer que estaba haciendo una persona cuando un determinado libro llego a sus manos. Este tipo de aproximación no genera un nuevo conocimiento sobre el texto, sino que en definitiva lo parasita, lo convierte en una excusa para alimentar el ego del reseñador. A pesar de lo dicho y contradiciendo mi propio ejemplo no puedo dejar de mencionar que leí esta novela en un momento bastante doloroso y que básicamente me salvo la vida (a esta altura no sé si literal o metafóricamente).

“Los detectives Salvajes” es -como lo señalaba en unos de los comentarios de los post anteriores- un resabio de un tipo de literatura que ya casi no se escribe, una literatura de “aventuras”. Por que hoy “las aventuras, no son más que parodias, éstas se han desplazado e invaden los gestos, las acciones. Donde antes había acontecimientos, experiencias, pasiones, hoy quedan sólo parodias” decía Renzi en “Respiración artificial” de Piglia. “Los detectives Salvajes” es una novela que recupera los grandes relatos, una novela llena de viajes, personajes y anécdotas memorables. Una novela snob de aventuras me arriesgaría a decir. Una novela perfecta para perderse por semanas y dejar que el dolor pase.

Dalmaroni dice que Ranciere dice que Borges dice que la historia de la literatura universal podría resolverse en (un exceso de simplificación, pero no por eso exento de precisión) la dicotomía entre las palabras y las cosas. Siguiendo esta lógica habría dos clases de escritores: los escritores de estilo (palabras) y los escritores de experiencia (vida). Antes de haber leído esta oportuna reflexión siempre consideré a Bolaño dentro del último grupo, y no porque el chileno escriba mal o carezca de estilo sino porque considero que “Los Detectives Salvajes” no es una novela de frases memorables. A pesar de estar poblada de escritores, artistas, filósofos, bohemios de todo tipo, no hay en la novela esas sentencias fuertes, ingeniosas, lucidas que retumban en la cabeza de uno por segundos o minutos y que detienen el flujo de la lectura para ser asimiladas, para admirarlas en silencio. No hay frases que me den ganas de tatuarlas en el omoplato o de colocarlas como epígrafes en trabajos prácticos para enamorar a profesoras jóvenes. No. O tal vez si. Lo importante, y lo genial de “Los Detectives Salvajes” es justamente la creación de situaciones, de momentos tan reales, tan únicos, tan vividos, tan recordables. Tan. Como si le ocurrieron a uno. Ahí radica la fuerza de esta novela, en su capacidad de construir un universo propio. Y de querer habitarlo.

Algo es seguro, después de de leer “Los Detectives Salvajes”, uno termina porque querer vivir en ese mundo, por querer: Leer poesía. Escribir poesía. Escribir lo que sea. Armar una “pandilla” literaria. Publicar una revista. Leer novelas enteras en calles, plazas, bares. Salir a caminar sin rumbo fijo (pero con un libro bajo el brazo). Irse del seno familiar. Vivir en un cuarto de 2x2 que contenga solo un colchón y libros. Viajar. Viajar al interior del país. Conocer puebluchos y escuchar las historias de sus habitantes. Viajar a Europa sin un mango y vivir de lo que venga. Y coger. Mucho. Dejar de ser tan burgués bah.


Thomas Pynchon – “La subasta del lote 49”

El Joyce pop. Eso fue lo primero que vino a mi mente después de leer esta confusa y apasionante novela (apelando, siempre, a mi imaginación sobre lo que pienso que debe ser el Joyce del “Ulises” -que insisto no leí y que se transforma lentamente en una especie de everest personal). Es decir, la conjunción de lo culto, del estilo perfecto y minucioso con la accesibilidad de alguien que fue contemporáneo del rock de garage y el acido lisérgico. Porque a pesar de lo que uno puede prever por el todo el fuzz construido alrededor de la figura de Pynchon, éste no tiene una escritura hermética o compleja, uno puede leerlo fluidamente sin mayores dificultades; lo paradójico es lo que se pierda en dicha fluidez: durante todo el transcurso de la lectura uno siempre tiene la sensación de que se está hablando o resaltando algo que en un exceso de confianza uno había dado por entendido. Pero qué era eso que uno subestimo hace diez páginas atrás?

Pynchon juega con la cabeza del lector, con su capacidad interpretativa porque lleva ciertas situaciones hasta un absurdo indescriptible del que uno no sabe si insultar o aplaudir; porque construye el relato como si se le hubieran traspapelado dos novelas diferentes (que uno intuye íntimamente ligadas pero no puede precisar como o porque); porque en cada una de sus páginas uno percibe que esta siendo testigo de una verdad a punto de ser revelada, como si en esos clarines misteriosos que la protagonista busca desesperadamente se encerrara un misterio aún mayor del que podemos sospechar; porque en definitiva uno se da cuenta que detrás de esa ficción laberíntica se esconde tal vez la más ajustada parábola del mundo que nos toca vivir, una que todavía no podemos simples mortales alcanzar a vislumbrar del todo.


Italo Calvino – “Si una noche de invierno un viajero”

El lector de Si una noche de invierno un viajero se da cuenta en el transcurso de su lectura que la edición que tiene en sus manos está fallada y decide entonces emprender un viaje en busca de un ejemplar que no este estropeado. Pero en su afán de encontrar la continuación del libro se topa con numerosos relatos y una historia tan o más extraña que lo tiene a él de protagonista. En ese camino se encontrará: chicas misteriosas, académicos malhumorados que estudian la literatura de países que dejaron de existir, escritores que espían mujeres y reflexionan sobre, como diría Gil de Biedma, el calor de las rosas en el cuerpo, traductores que están implicados en alguna suerte de conspiración internacional…

Como soy un contemporáneo posmoderno nihilista incapaz de ser feliz mi primera impresión y reflexión sobre la novela fue que Calvino debe haber tenido un montón de ideas bastardas que no encontraban su resolución y que por eso decidió imbricarlas a partir de una trama compleja. En realidad al terminar de leer uno se da cuenta que esos falsos relatos que aparecen en “Si una noche…” son una excusa, que en realidad son meras anécdotas para reflexionar sobre otra cosa. Calvino intuye que el concepto de novela con un principio y un final esta demodé, y -como tantos otros en el siglo XX- que la innovación en los contenidos no tiene razón de ser si lo formal sigue atado a conceptos pretéritos . Y que en definitiva ocultar el artificio es más artificioso que ponerlo en primer plano.

Lo interesante, a pesar de todo, es que si Calvino impide lograr el proceso identificatorio con las historias al abortar cada comienzo de relato, lo consigue igualmente al homologar a nosotros lectores con el personaje del Lector. Su búsqueda caótica, confusa pero también –y esto Calvino lo subraya- lúdica de la coherencia, seguridad y el sentido no sólo en la literatura sino también en la vida, es en definitiva, nuestra búsqueda; y tal vez, por eso, a contramano de la trama enrevesada sobre la que se construye la novela, en ese final, que de tan simple nos parece casi un chiste, se encierra probablemente la única respuesta o sentido de la existencia: [Spoiler] El amor.


Happy festivus.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Agosto de Romina Paula: una búsqueda hacia el no lugar.


“Ni contigo ni sin ti, ése es el principio, ni contigo ni sin ti.”
Agosto.
Prólogo.
Romina Paula (gracias a uno de los arrebatos más corajudos –y más fortuitos- que tuvo el krakaniano Fran al elegir al azar un libro en un estante del Paraná Poesía 2009) llegó a nuestra lista de lecturas como un texto cuyas expectativas nuestras no sobrepasaban las etiquetas del mero placer. Fue ¿Vos me querés a mi? (2005), primera novela de Romina, y ahí empezó todo. ¿Vos me querés a mi? me posicionó –como lector- en un lugar diferente en relación al recorrido que venía transitando en la literatura argentina contemporánea. Fue una lectura explosiva, en voz alta, de mil sentadas; se produjo un encuentro entre lo femenino (expresado en una puesta en escena cercana a lo teatral, cargada su escritura de una oralidad punzante, viva) y mi subjetividad (una subjetividad que debe entenderse como un depósito cargado/atravesado de discursos femeninos, virginales, juveniles y sexuales). El éxito, por supuesto, fue producto del proceso de identificación. Su escritura me planteó la posibilidad de estar en frente a una política (ética) de lo femenino, una política que, lejos de confirmar la esencia enigmática de la mujer, se propuso deslindar, depurar y revelar aquella esencia. La novela se construye en base a un lenguaje que se apropia de los registros informales, es –como leí en una reseña crítica- la maga de la oralidad. Por otro lado, si nos haríamos las buenas preguntas –académicas- sobre ¿Vos me querés a mí?; aquellas que se interrogan sobre la concepción de mundo de los autores, por ejemplo: ¿Qué es la literatura para Romina Paula? ¿Qué mira cuando mira Romina Paula? ¿Qué elementos entran en juego para la construcción de su texto? seguramente responderíamos que la literatura de Romina Paula despliega (desde una concepción femenina –no feminista- y a través del uso formal del lenguaje coloquial) una problemática sobre las relaciones humanas. Durante toda la novela se pueden entrever diálogos y monólogos internos que no hacen más que exponer las sensaciones que la relación con lo Otro (el novio, la amiga, la madre, el padre, la vida, los tiempos, el sexo, el amor, la muerte) le producen a la protagonista (amor, tristeza, excitación, deseo, amargura y/o sobre todo incertidumbre e inseguridad). Esta última sensación, la de incertidumbre e inseguridad (que se podría erigir como una característica propia de la esencia de lo femenino) en Agosto (2009), segunda novela de Romina Paula, va a ocupar un lugar predominante, no sólo simbólicamente (y/o en el terreno de lo afectivo) sino que va contribuir a una construcción particular del tiempo y del espacio. El cronotopo (Bajtín) que presenta Agosto, va a caracterizarse por concentrar rasgos propios de un no lugar. El texto que a continuación sigue, buscará argumentar tal idea.
Agosto.
“Ahora estamos sostenidos en el tiempo acá sobre esta ruta, no estamos en él, esta línea que trazamos con el auto está fuera del plan, fuera de la red, del entramado. Venimos de y vamos hacia pero acá no hay, este camino no existe, somos nosotros suspendidos, de la mano entre luces, sobre sillones, sin música, sin cigarrillos, sin café, sin infusión, sin necesidades, con noche sólo, nada más.”
Agosto.
Agosto se podría definir como una gran carta confesionaria (y, paradójicamente, un gran monólogo interno), escrita en una introspectiva primera persona (Emilia), cuyo destinatario es su amiga ya difunta de hace 5 años (Andrea). Logrando una exquisita profundidad afectiva, Agosto despliega un lenguaje polifónico (Bajtín) que nos hace rememorar a ciertos pasajes de las novelas de Puig. Agosto se cuenta desde la perspectiva/voz de Emilia. Por otro lado, Romina Paula, antes que escritora, fue y es persona de teatro; una dramaturga con gran crédito editorial, que supo y sabe apropiarse de los registros orales y traspolarlos a sus diálogos ficcionales. No podemos pasar por alto este dato, porque si nos peguntáramos por las influencias que atraviesan su escritura, considerar a Puig y al tratamiento formal del lenguaje teatral no sería descabellado.
¿Qué cuenta Agosto? Agosto narra la historia de Emilia, una chica –estudiante de 21 años- que reside en Buenos Aires. El padre de Andrea (su amiga muerta) le pide reunirse en un bar para hablar con ella. Éste le cuenta que el tiempo que se tiene que esperar para poder cremarla ya transcurrió, y le propone irse a Esquel (Chubut), ciudad natal de Emilia, para presenciar el funeral. Ella vuelve a su pueblo de la infancia dejando sus estudios, su casa, su novio y su vida atrás. Emilia se hospeda en la casa de Andrea, y duerme en su pieza. No tardan en enterarse los de Esquel que Emilia volvió, y es ese punto semántico que da inicio a la confección de un hilo argumental que estará atravesado por el pasado de Emilia; un relato pasado que inevitablemente estará contaminado por la cuestión amorosa (un ex amor) de Emilia: Julián. Julián y Emilia conformarán el hilo más fuerte (el foco) de la historia. Ella se enterará que, en el tiempo en el que ella se empecinó en llevar una vida moderna, independiente en la gran capital, él no perdió el tiempo y asentó su corazón, formó una familia y tuvo dos hijos. Ahora bien, la historia se centra en un presente estático, ilusorio. Emilia deja su vida en Buenos Aires, y en Esquel no sabe como comportarse, como tomarse las cosas que le afectan, entra en una inseguridad y duda permanente; una incertidumbre que se gesta al recordar y ver a Julián, al despertar ese sentimiento de amor que ella pensó dormido. Se empieza a cuestionar sus decisiones, de que si estuvo bien irse y dejarlo a Julián por la gran ciudad, de que si fue mejor haber pensado que el amor no era suficiente y que ella tenía que armar (¡armar! qué verbo espantoso y mecánico para pensar lo humano) su vida y llevar a cabo sus proyectos. ¿Por qué digo lo de presente estático? ¿Por qué la hipótesis de que la novela se construye en base a un no lugar? Para corroborarlo existen ciertas características –formales y de contenido- que justifican mi postulado:
(1) El título Agosto: si pensamos en el orden cronológico que tiene este mes dentro del orden anual de los doce meses, el mes de agosto pareciera que no encajaría ni en el invierno (instancia central dentro del cronos de las estaciones) ni en la primavera. Pareciera que está como aislado, como si se tratara de un mes de transición, alejado de todo papel protagónico dentro de los grandes cambios del clima anual.
(2) El topos de la novela, Esquel: Emilia vive en la gran ciudad (centro, no periferia) y se aleja de ese núcleo espacial en donde transcurre su vida para irse/alejarse a Esquel, un lugar periférico, del sur de la Argentina (Chubut). El presente de Emilia se estanca, se para. Esquel funcionaría como un agujero negro, un oasis dentro del presente de Emilia. Ella vuelve a su pasado, un pasado cambiado por el paso del tiempo, que funciona para desorientarla, para que reflexione sobre sus decisiones, sobre su presente en Buenos Aires.
(3) La relación amorosa entre Emilia y Julián: Ellos son ex pareja, sus vidas tomaron diferentes caminos, él formo familia y ella decidió por la vida moderna en la gran ciudad. No obstante, al reencontrarse, se avivan (se despiertan) todos aquellos sentimientos que aparentemente tenían superados. La novela describe dos pasajes muy significativos que contribuyen a la idea de no lugar: (a) la primera vez que se ven es en el bar de Vanina (una amiga de la infancia de Emilia). Emilia, al verlo y hablar con él, dice esto: “Ese momento, por supuesto, es completo, acabado, no existe más que para sí mismo, no tiene ni pasado ni futuro. No puedo creer estar ahí. Podría y querría morir en este instante.” (b) Ya por las páginas finales de la novela, Emilia y Julián emprenden un viaje (no voy a decir el motivo y/o fin del viaje ya que terminaría por contarles toda la historia) y lo hacen a través del desierto, de noche, los dos solos, alejados de Esquel (el centro de él) y de Buenos Aires (el centro de ella). Los dos transitan un cronotopo definido por una naturaleza indefinida. Y lo hacen ejercitando el Amor, sensación de incertidumbre por excelencia. ¿Qué es el Amor? ¿Qué es lo amoroso sino aquello que se define por momentos de agujeros negros, concentrados en no-lugares, que el tiempo y el espacio se encargan de construir para potenciar y ejercitar una afectividad cercada por una frontera simbólica, alejada de toda ley/orden?
Siguiendo esta línea, podría seguirse leyendo a Agosto en clave no-lugar (me obstino en llamarlo utópico; mala palabra para mi). Sin embargo, atendiendo a cuestiones de tiempo y economía de blog, lo dejaremos aquí. Para cerrar este Post, me interesaría recalcar lo siguiente: que Romina Paula es, por decisión krakaniana (o por lo menos para uno de ellos) la mirada femenina que tiene el Kraken sobre el mundo.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

In media res

Así es, ¿por qué no hablar de lo que estoy leyendo? Así, con gerundio, para que se entienda: lo que todavía no terminé. Es decir, voy a hablar de algo in progress, un happening, una lectura que aún no ha concluido (dudo, releo, pienso)... sí, de acuerdo... pero en términos prácticos, cuando cerramos el libro "terminamos de leer".

Sin miedo a volvernos monótonos, ¿cómo pudiéramos serlo, si somos 4 escribiendo y tantos más comentando? (¡Ay, Mijaíl!, ¿qué hubiera sido de vos si hubieras vivido el mundo en la era de la internet?) Decía: sin temor a parecer repetitivos, yo también quiero hablarles de mi experiencia con Bolaño. 

2666 es una novela total nos dice la contratapa, en realidad nos dice Rodrigo Fresán en la contratapa. Al mismo nivel que Cervantes, o Proust, o Melville, o Sterne, o Pynchon, o Musil... eso dice Fresán. Ponele. 

No leí más que una de esas totalidades y hace ya casi dos meses me embarqué en la segunda y recién voy por la mitad, menos de la mitad. Es que la decisión de empezar con una de estas monumentales obras no puede ser tomada a la ligera, es decir, sí se puede, pero casi diría que uno debe entregarse en cuerpo y alma a enfrentarse con ellas y eso no es decisión liviana. Claro, cualquiera puede levantarse un día y decir: "hoy voy a leer El Quijote", o "mañana empiezo En busca del tiempo perdido", o incluso "TVR es muy oficialista, mejor me siento a leer Contraluz". Posible, improbable.

No sé qué cosa sea la novela total tampoco (dato anecdótico... el nombre de la colección es "Compactos"). No importa, las categorías de la crítica sirven para escribir reseñas o llenar contratapas, el resto es literatura.

Al día de hoy, en el que esto escribo, marcado a fuego en ese lugarcito arriba del título (aviso, para el que me lea en un futuro lejano) llevo "terminadas" 3 de 5 partes que tiene 2666. ¿Qué relación tiene el título con lo que hasta ahora leí? Nada. Pasemos a otra entrada, esta puerta aun no puede ser abierta.

Un escritor famoso que nunca nadie ha visto, del que sólo rumores se conocen (¿a quién les hace acordar?). Un grupo de críticos especialistas en ese escritor; un ménage à trois entre algunos de ellos; uno de los fundadores de los Panteras Negras que vive de dar conferencias en iglesias de pueblos olvidados de los Estados Unidos; un profesor español que cuelga libros en el patio, como si fuera una camisa; un periodista negro que trabaja para una revista de "hermanos" enviado a cubrir una pelea de box en el mismo pueblo donde los asesinatos de mujeres y los amanaceres pelean por ser más numeroso uno que otro. Eso hasta ahora. ¿Qué puede seguir? Espío los títulos de lo que falta: "La parte de los crímenes", "La parte de Archimboldi (agrego yo, el escritor que nunca nadie ha visto)". Eso falta, la novela –para ser total– tiene que cerrar... completar el círculo, eso parece, "abarcar todo", morderse la cola como el Ourobouros. 

No dije nada, hasta ahora no dije nada, voy para atrás en el texto y veo que no dije nada, es que esto es un comentario, porque más que reseña o artículo o... es eso, un comentario, una intervención, una levantada de cabeza, un impasse en la lectura. Digo, esto es apenas un entre...Tal vez cuando "termine" pueda decir algo más, tal vez alguno de ustedes "termine" antes que yo, tal vez quiera que esto no "termine" nunca...

To be continued...




viernes, 29 de octubre de 2010

Converso con el hombre que siempre va conmigo.

Tengo una buena y una mala noticia. La buena es que existe vida (o algo parecido) después de la vida. La mala es que Jean Claude Villenueve es necrófilo.

Yo (Jp),también tengo una buena y una mala noticia. La mala es que la cita no me pertenece (cuanto me gustaría que así sea), y la buena(?) es que acá hago presente mi primer post de puño y letra.

Ahora hablo yo, a excepción de que lo aclare. Esta fantastica cita corresponde a "El retorno", un excelente ejemplar de cuento incluido en "putas asesinas" de ¿mi ahora nuevo idolo? Robertito Bolaño, le digo Robertito por los detalles que a continuación narraré, los cuales demuestran que ya somos amigos.
Reseñar, analizar, categorizar, encerrar, contar,escamotear (grande Copes!), o que mierda hacer para subir un post a la exquisita hermandad del Kraken (exquista no en su sentido degustativo),(aclaro que voy a seguir usando parentesis hasta el hartazgo, no es culpa mía sino de JPF, a él las críticas); volviendo al tema, lo que aquí decidí hacer,es contar mi experiencia con el cuento.
Estaba leyendo el cuento en el colectivo camino a la facultad (quienes me consideren mal lector por ello, puedo decirles que logro altisimos niveles de abstracción), cuando me topé con la cita arriba presentada, ésta como ya indiqué pertenece a "El retorno", más precisamente es el comienzo del cuento (gran comienzo si los hay...), de inmediato la frase me llegó.
Digo y repito que me llegó, la sentí adentro mío (tipo Passman sería), y desde el siguiente parrafo decidí leer el cuento en clave autobiografica, es decir leer el yo del cuento como el Roberto Bolaño de carne y hueso, creo no equivocarme al decir que en ningun momento se nos presenta el nombre del PERSONAJE (así con mayúsculas para la comunidad semiótica), ni se nos dá a entender que sea autobiográfico ni nada por el estilo, de hecho el cuento es narrado en boca del muerto.
Luego de haber tenido unas noches de aburrimiento soporifero, llegaron a mi mente diversas dudas existenciales (que al pedo que estaba se nota demasiado), aquellos pensamientos que creo conllevan al cerebro humano a dar más del 12 por ciento que se dice que trabaja, pero esto no es el tema... Decía que Bolaño me llevó a pensar que existe un más allá, un lugar al que continuamos después de muerto, un lugar al que iremos a parar, no éntendido según mi opinión (y la de Bolaño también) como la clásica dicotomía Cielo/ Infierno, y su posterior anexo Purgatorio/ sala de esperas con revistas "Viva". Voy a aclarar adonde quiero llegar, sostengo, como banalmente se dice que las personas suelen permanecer en los demás (y acá un pequeñisimo homenaje, tan pequeño para que no levante tierra para el ahora ex-ex presidente), cuando morimos, morimos terrenalmente, mentalmente, psicologicamente, analmente y todas las palabras terminadas en -mente que se les ocurran. Pero como decía Peirce (si, el lógico-----comentario suprimido), estamos constituidos por ideas, y estan nos exceden , las ideas no estás en nosotros, sino que al contrario nosotros estamos en las ideas, -seguramente Peirce a través de Marafiotti o Gastaldello lo explicarán mejor, a ellos con las dudas-pero basicamente es eso, luego de muertos, nuestras creaciones en vidas pueden ser retomadas-recordadas-aplicadas por los demás, dejandonos así un poco menos muertos.
A que viene toda esta charla se preguntarán, a eso voy ahora.
El cuento basicamente trata de un tipo que muere, y puede ver luego de muerto que es de su vida, siendo igual a lo que era en vida pero siendo intangible e invisible. Brevemente el personaje verá que hacen ahora con su cuerpo ya muerto, como lo adelanta la cita, su cuerpo sera violado por el diseñador de ropa más importante de Paris.
Lo que crei firmemente fue que el mismo Bolaño, estaba sentado (parado mejor dicho dado que era hora pico) viendo como yo leía su cuento. Me dirán (sobretodo el anti-k del KraKen) que soy medio boludo, que me las creo todas y 1000 cosas mas, todas acertadas, lo unico que digo es que estoy convencido de que Bolaño estaba al lado mío (quizás masturbandose, no lo sé ni quiero saberlo), solo digo que lo traje nuevamente al mundo de las ideas (que Platonico suena eso...)
Este breve viaje en colectivo,-quizás esté ahora mientras escribo esto al lado mío, pero creanme,es diferente ahora no lo siento, (si, es demasiado facil el chiste "i see dead people"), quizás esté incluso al lado de la persona que me prestó el libro, o de aquella que hace breves minutos dejó sobre su mesa de luz 2666, no lo sé, ustedes lo sabrán, quizás esté en algun prostibulo, o junto a los mineros, o quizás iluminando la cabeza de Zambra(demasiado ya iluminada), o quizás solo este viendo si Villenueve no lo está violando nuevamente...- me demostró que siempre es bueno tratar de viajar acompañado, mejor si te sigue Pola O., pero este viaje me demostró además que hoy a la mañana conversé con el hombre que siempre va conmigo...

martes, 19 de octubre de 2010

Bruno Grossi, autor de 'Pierre Menard, autor del Quijote' (2010)

La obra visible que ha dejado este novelista es de fácil y breve enumeración. Son, por lo tanto, imperdonables las omisiones y adiciones perpetradas por madame Henri Bachelier en un catálogo falaz que cierto diario cuya tendencia protestante no es un secreto ha tenido la desconsideración de inferir a sus deplorables lectores —si bien estos son pocos y calvinistas, cuando no masones y circuncisos. Los amigos auténticos de Menard han visto con alarma ese catálogo y aun con cierta tristeza. Diríase que ayer nos reunimos ante el mármol final y entre los cipreses infaustos y ya el Error trata de empañar su Memoria... Decididamente, una breve rectificación es inevitable.

Me consta que es muy fácil recusar mi pobre autoridad. Espero, sin embargo, que no me prohibirán mencionar dos altos testimonios. La baronesa de Bacourt (en cuyos vendredis inolvidables tuve el honor de conocer al llorado poeta) ha tenido a bien aprobar las líneas que siguen. La condesa de Bagnoregio, uno de los espíritus más finos del principado de Mónaco (y ahora de Pittsburgh, Pennsylvania, después de su reciente boda con el filántropo internacional Simón Kautzsch, tan calumniado, ¡ay!, por las víctimas de sus desinteresadas maniobras) ha sacrificado “a la veracidad y a la muerte” (tales son sus palabras) la señoril reserva que la distingue y en una carta abierta publicada en la revista Luxe me concede asimismo su beneplácito. Esas ejecutorias, creo, no son insuficientes.

He dicho que la obra visible de Menard es fácilmente enumerable. Examinado con esmero su archivo particular, he verificado que consta de las piezas que siguen:

a) Un soneto simbolista que apareció dos veces (con variaciones) en la revista La Conque (números de marzo y octubre de 1899).

b) Una monografía sobre la posibilidad de construir un vocabulario poético de conceptos que no fueran sinónimos o perífrasis de los que informan el lenguaje común, “sino objetos ideales creados por una convención y esencialmente destinados a las necesidades poéticas” (Nîmes, 1901).

c) Una monografía sobre “ciertas conexiones o afinidades” del pensamiento de Descartes, de Leibniz y de John Wilkins (Nîmes, 1903).

d) Una monografía sobre la Characteristica Universalis de Leibniz (Nîmes, 1904).

e) Un artículo técnico sobre la posibilidad de enriquecer el ajedrez eliminando uno de los peones de torre. Menard propone, recomienda, discute y acaba por rechazar esa innovación.

f) Una monografía sobre el Ars Magna Generalis de Ramón Llull (Nîmes, 1906).

g) Una traducción con prólogo y notas del Libro de la invención liberal y arte del juego del axedrez de Ruy López de Segura (París, 1907).

h) Los borradores de una monografía sobre la lógica simbólica de George Boole.

i) Un examen de las leyes métricas esenciales de la prosa francesa, ilustrado con ejemplos de Saint­Simon (Revue des Langues Romanes, Montpellier, octubre de 1909).

j) Una réplica a Luc Durtain (que había negado la existencia de tales leyes) ilustrada con ejemplos de Luc Durtain (Revue des Langues Romanes, Montpellier, diciembre de 1909).

k) Una traducción manuscrita de la Aguja de navegar cultos de Quevedo, intitulada La Boussole des précieux.

l) Un prefacio al catálogo de la exposición de litografías de Carolus Hourcade (Nîmes, 1914).

m) La obra Les Problèmes d'un problème (París, 1917) que discute en orden cronológico las soluciones del ilustre problema de Aquiles y la tortuga. Dos ediciones de este libro han aparecido hasta ahora; la segunda trae como epígrafe el consejo de Leibniz Ne craignez point, monsieur, la tortue, y renueva los capítulos dedicados a Russell y a Descartes.

n) Un obstinado análisis de las “costumbres sintácticas” de Toulet (N.R.F., marzo de 1921). Menard ­recuerdo­ declaraba que censurar y alabar son operaciones sentimentales que nada tienen que ver con la crítica.

o) Una transposición en alejandrinos del Cimetière marin, de Paul Valéry (N.R.F., enero de 1928).

p) Una invectiva contra Paul Valéry, en las Hojas para la supresión de la realidad de Jacques Reboul. (Esa invectiva, dicho sea entre paréntesis, es el reverso exacto de su verdadera opinión sobre Valéry. Éste así lo entendió y la amistad antigua de los dos no corrió peligro.)

q) Una “definición” de la condesa de Bagnoregio, en el “victorioso volumen” ­la locución es de otro colaborador, Gabriele d'Annunzio­ que anualmente publica esta dama para rectificar los inevitables falseos del periodismo y presentar “al mundo y a Italia” una auténtica efigie de su persona, tan expuesta (en razón misma de su belleza y de su actuación) a interpretaciones erróneas o apresuradas.

r) Un ciclo de admirables sonetos para la baronesa de Bacourt (1934).

s) Una lista manuscrita de versos que deben su eficacia a la puntuación.[1]

Hasta aquí (sin otra omisión que unos vagos sonetos circunstanciales para el hospitalario, o ávido, álbum de madame Henri Bachelier) la obra visible de Menard, en su orden cronológico. Paso ahora a la otra: la subterránea, la interminablemente heroica, la impar. También, ¡ay de las posibilidades del hombre!, la inconclusa. Esa obra, tal vez la más significativa de nuestro tiempo, consta de los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte del Don Quijote y de un fragmento del capítulo veintidós. Yo sé que tal afirmación parece un dislate; justificar ese “dislate” es el objeto primordial de esta nota.[2]

Dos textos de valor desigual inspiraron la empresa. Uno es aquel fragmento filológico de Novalis —­el que lleva el número 2005 en la edición de Dresden­— que esboza el tema de la total identificación con un autor determinado. Otro es uno de esos libros parasitarios que sitúan a Cristo en un bulevar, a Hamlet en la Cannebiére o a don Quijote en Wall Street. Como todo hombre de buen gusto, Menard abominaba de esos carnavales inútiles, sólo aptos ­decía­ para ocasionar el plebeyo placer del anacronismo o (lo que es peor) para embelesarnos con la idea primaria de que todas las épocas son iguales o de que son distintas. Más interesante, aunque de ejecución contradictoria y superficial, le parecía el famoso propósito de Daudet: conjugar en una figura, que es Tartarín, al Ingenioso Hidalgo y a su escudero... Quienes han insinuado que Menard dedicó su vida a escribir un Quijote contemporáneo, calumnian su clara memoria.

No quería componer otro Quijote —lo cual es fácil— sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran ­palabra por palabra y línea por línea­ con las de Miguel de Cervantes.

“Mi propósito es meramente asombroso”, me escribió el 30 de septiembre de 1934 desde Bayonne. “El término final de una demostración teológica o metafísica —el mundo externo, Dios, la causalidad, las formas universales— no es menos anterior y común que mi divulgada novela. La sola diferencia es que los filósofos publican en agradables volúmenes las etapas intermediarias de su labor y que yo he resuelto perderlas.” En efecto, no queda un solo borrador que atestigüe ese trabajo de años.

El método inicial que imaginó era relativamente sencillo. Conocer bien el español, recuperar la fe católica, guerrear contra los moros o contra el turco, olvidar la historia de Europa entre los años de 1602 y de 1918, ser Miguel de Cervantes. Pierre Menard estudió ese procedimiento (sé que logró un manejo bastante fiel del español del siglo diecisiete) pero lo descartó por fácil. ¡Más bien por imposible! dirá el lector. De acuerdo, pero la empresa era de antemano imposible y de todos los medios imposibles para llevarla a término, éste era el menos interesante. Ser en el siglo veinte un novelista popular del siglo diecisiete le pareció una disminución. Ser, de alguna manera, Cervantes y llegar al Quijote le pareció menos arduo ­por —consiguiente, menos interesante— que seguir siendo Pierre Menard y llegar al Quijote, a través de las experiencias de Pierre Menard. (Esa convicción, dicho sea de paso, le hizo excluir el prólogo autobiográfico de la segunda parte del Don Quijote. Incluir ese prólogo hubiera sido crear otro personaje —Cervantes— pero también hubiera significado presentar el Quijote en función de ese personaje y no de Menard. Éste, naturalmente, se negó a esa facilidad.) “Mi empresa no es difícil, esencialmente” leo en otro lugar de la carta. “Me bastaría ser inmortal para llevarla a cabo.” ¿Confesaré que suelo imaginar que la terminó y que leo el Quijote —todo el Quijote— como si lo hubiera pensado Menard? Noches pasadas, al hojear el capítulo xxvi —no ensayado nunca por él— reconocí el estilo de nuestro amigo y como su voz en esta frase excepcional: las ninfas de los ríos, la dolorosa y húmida Eco. Esa conjunción eficaz de un adjetivo moral y otro físico me trajo a la memoria un verso de Shakespeare, que discutimos una tarde:
Where a malignant and a turbaned Turk...
¿Por qué precisamente el Quijote? dirá nuestro lector. Esa preferencia, en un español, no hubiera sido inexplicable; pero sin duda lo es en un simbolista de Nîmes, devoto esencialmente de Poe, que engendró a Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que engendró a Valéry, que engendró a Edmond Teste. La carta precitada ilumina el punto. “El Quijote”, aclara Menard, “me interesa profundamente, pero no me parece ¿cómo lo diré? inevitable. No puedo imaginar el universo sin la interjección de Edgar Allan Poe:
Ah, bear in mind this garden was enchanted!
o sin el Bateau ivre o el Ancient Mariner, pero me sé capaz de imaginarlo sin el Quijote. (Hablo, naturalmente, de mi capacidad personal, no de la resonancia histórica de las obras.) El Quijote es un libro contingente, el Quijote es innecesario. Puedo premeditar su escritura, puedo escribirlo, sin incurrir en una tautología. A los doce o trece años lo leí, tal vez íntegramente. Después, he releído con atención algunos capítulos, aquellos que no intentaré por ahora. He cursado asimismo los entremeses, las comedias, la Galatea, las Novelas ejemplares, los trabajos sin duda laboriosos de Persiles y Segismunda y el Viaje del Parnaso... Mi recuerdo general del Quijote, simplificado por el olvido y la indiferencia, puede muy bien equivaler a la imprecisa imagen anterior de un libro no escrito. Postulada esa imagen (que nadie en buena ley me puede negar) es indiscutible que mi problema es harto más difícil que el de Cervantes. Mi complaciente precursor no rehusó la colaboración del azar: iba componiendo la obra inmortal un poco à la diable, llevado por inercias del lenguaje y de la invención. Yo he contraído el misterioso deber de reconstruir literalmente su obra espontánea. Mi solitario juego está gobernado por dos leyes polares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o psicológico; la segunda me obliga a sacrificarlas al texto ‘original’ y a razonar de un modo irrefutable esa aniquilación... A esas trabas artificiales hay que sumar otra, congénita. Componer el Quijote a principios del siglo diecisiete era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios del veinte, es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos años, cargados de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo Quijote.”

A pesar de esos tres obstáculos, el fragmentario Quijote de Menard es más sutil que el de Cervantes. Éste, de un modo burdo, opone a las ficciones caballerescas la pobre realidad provinciana de su país; Menard elige como “realidad” la tierra de Carmen durante el siglo de Lepanto y de Lope. ¡Qué españoladas no habría aconsejado esa elección a Maurice Barrès o al doctor Rodríguez Larreta! Menard, con toda naturalidad, las elude. En su obra no hay gitanerías ni conquistadores ni místicos ni Felipe II ni autos de fe. Desatiende o proscribe el color local. Ese desdén indica un sentido nuevo de la novela histórica. Ese desdén condena a Salammbô, inapelablemente.

No menos asombroso es considerar capítulos aislados. Por ejemplo, examinemos el xxxviii de la primera parte, “que trata del curioso discurso que hizo don Quixote de las armas y las letras”. Es sabido que don Quijote (como Quevedo en el pasaje análogo, y posterior, de La hora de todos) falla el pleito contra las letras y en favor de las armas. Cervantes era un viejo militar: su fallo se explica. ¡Pero que el don Quijote de Pierre Menard —hombre contemporáneo de La trahison des clercs y de Bertrand Russell— reincida en esas nebulosas sofisterías! Madame Bachelier ha visto en ellas una admirable y típica subordinación del autor a la psicología del héroe; otros (nada perspicazmente) una transcripción del Quijote; la baronesa de Bacourt, la influencia de Nietzsche. A esa tercera interpretación (que juzgo irrefutable) no sé si me atreveré a añadir una cuarta, que condice muy bien con la casi divina modestia de Pierre Menard: su hábito resignado o irónico de propagar ideas que eran el estricto reverso de las preferidas por él. (Rememoremos otra vez su diatriba contra Paul Valéry en la efímera hoja superrealista de Jacques Reboul.) El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico. (Más ambiguo, dirán sus detractores; pero la ambigüedad es una riqueza.)

Es una revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capítulo):
... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el “ingenio lego” Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio, escribe:
... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales —ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir— son descaradamente pragmáticas.

También es vívido el contraste de los estilos. El estilo arcaizante de Menard —extranjero al fin— adolece de alguna afectación. No así el del precursor, que maneja con desenfado el español corriente de su época.

No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil. Una doctrina es al principio una descripción verosímil del universo; giran los años y es un mero capítulo —cuando no un párrafo o un nombre— de la historia de la filosofía. En la literatura, esa caducidad es aún más notoria. El Quijote —me dijo Menard— fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patriótico, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. La gloria es una incomprensión y quizá la peor.

Nada tienen de nuevo esas comprobaciones nihilistas; lo singular es la decisión que de ellas derivó Pierre Menard. Resolvió adelantarse a la vanidad que aguarda todas las fatigas del hombre; acometió una empresa complejísima y de antemano fútil. Dedicó sus escrúpulos y vigilias a repetir en un idioma ajeno un libro preexistente. Multiplicó los borradores; corrigió tenazmente y desgarró miles de páginas manuscritas.[3] No permitió que fueran examinadas por nadie y cuidó que no le sobrevivieran. En vano he procurado reconstruirlas.

He reflexionado que es lícito ver en el Quijote “final” una especie de palimpsesto, en el que deben traslucirse los rastros —Tenues pero no indescifrables— de la “previa” escritura de nuestro amigo. Desgraciadamente, sólo un segundo Pierre Menard, invirtiendo el trabajo del anterior, podría exhumar y resucitar esas Troyas...

“Pensar, analizar, inventar (me escribió también) no son actos anómalos, son la normal respiración de la inteligencia. Glorificar el ocasional cumplimiento de esa función, atesorar antiguos y ajenos pensamientos, recordar con incrédulo estupor que el doctor universalis pensó, es confesar nuestra languidez o nuestra barbarie. Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será.”

Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas. Esa técnica de aplicación infinita nos insta a recorrer la Odisea como si fuera posterior a la Eneida y el libro Le jardin du Centaure de madame Henri Bachelier como si fuera de madame Henri Bachelier. Esa técnica puebla de aventura los libros más calmosos. Atribuir a Louis Ferdinand Céline o a James Joyce la Imitación de Cristo ¿no es una suficiente renovación de esos tenues avisos espirituales?

Nîmes, 1939


[1] Madame Henri Bachelier enumera asimismo una versión literal de la versión literal que hizo Quevedo de la Introduction à la vie dévote de san Francisco de Sales. En la biblioteca de Pierre Menard no hay rastros de tal obra. Debe tratarse de una broma de nuestro amigo, mal escuchada.

[2] Tuve también el propósito secundario de bosquejar la imagen de Pierre Menard. Pero ¿cómo atreverme a competir con las páginas áureas que me dicen prepara la baronesa de Bacourt o con el lápiz delicado y puntual de Carolus Hourcade?

[3] Recuerdo sus cuadernos cuadriculados, sus negras tachaduras, sus peculiares símbolos tipográficos y su letra de insecto. En los atardeceres le gustaba salir a caminar por los arrabales de Nîmes; solía llevar consigo un cuaderno y hacer una alegre fogata.


Sante Fe, 2010


miércoles, 13 de octubre de 2010

Madre hay una sola

Sin premeditarlo, sin querer queriendo, este texto que escribo hoy sobre esta novela edípica, confesional, autobiográfica, transgresora empieza así, hablando de una fecha tan cercana (falta menos de una semana). Son éstos los momentos que más me hacen creer en la existencia de las Moiras, aquellas tres hermanas que tejían los destinos de los hombres en la Grecia antigua. Creo que, en términos generales, soy tan panteísta como escéptico. 
Hoy, 21 de octubre de 2002, Día de la Madre, para festejarlo con rigor, para festejarlo como hace años debí haberlo festejado, para festejarlo como nunca me atreví a festejarlo, para terminar con esta relación ni abominable ni demoníaca sino estúpida, agobiante y estúpida que nos une desde siempre, para que nunca más haya para vos ni para mí otro Día de la Madre, para todo esto, hoy, voy a matarte, mamá.
Si este comienzo no te (los) conmueve... ¡no tenés (tienen) sangre! Es demoledor, es impactante, es conmovedor, es movilizante, es chocante, es seductor, es... simplemente genial.
Apenas una tarde alcanza para contar una vida, esa parece ser la revelación de La crítica de las armas. ¡Anoten, jóvenes escritores! apenas una tarde alcanza para contar una vida. Pero ¡ojo!... como recurso no desconocido, la brevedad temporal y la longitud novelar inversamente proporcionales son difíciles de lograr. No cualquiera sabe usar el recurso de manera productiva. Usarlo por usarlo decanta en pedantería, en alarde... y lo que es peor: en mamarracho. Tantos hay dando vuelta haciéndose los loquitos... ¡señores, aprendan de los buenos! No es gratuito en esta novela el lento paso del tiempo, el largo camino a la muerte, la dilación de aquello que más temprano que tarde llega a todos. La tensión generada por este primer párrafo mantendrá su fuerza durante todo el libro. Estaremos siempre con el corazón en la boca, esperando, y allá va una nueva anécdota, un nuevo sufrimiento, una nueva historia de ese perdedor que es Pablo Epstein (que es José Pablo Feinmann).

La novela, que es de esas que me gusta llamar novela vómito debe tener un pH de -2 (si no saben qué significa, hagan click en el link), como reconoce José Pablo en una entrevista, en ésta "está mi sentido del humor jodido, corrosivo".  No es tampoco inocente llamarla vómito, más allá del pH, cuando se trata de una suerte de autobioparodia, una grotesca puesta en escena de un sí mismo, de lo peor (de lo más odiado) de sí mismo. ¿No es el vómito ese síntoma de enfermedad, de malestar estomacal, esa sensación de largar todo lo que nos está haciendo mal, todo eso que guardamos adentro? ¿No experimentamos cierta sensación de alivio cuando lanzamos?.

¿Qué es lo que (José) Pablo vomita en esta novela? Vomita sus odios personales, su madre, su hermano, el  insoportable judaísmo de su hermano, su infelicidad. Y es que, si bien la relación madre-hijo siempre  es conflictiva, siempre es difícil, siempre tan jodidamente presta a ser psicoanalizada, Alicia, "la madre" en La crítica de las armas es un escollo para la felicidad, es la principal culpable de la miserable vida de Pablo. Es el mal encarnado en una (para nada) tierna viejecita.
...¿me quería decir algo doctor?
Sí, Epstein. Digame, ¿a qué hora piensa irse?
A las ocho y cuarto.
Bien, yo voy a estar todavía. ¿Podría verlo en mi escritorio?
Cómo no.
El doctor se va y Alicia se inclina hacia mí, cómplice. "Tené cuidado, hijito", dice. "Seguro que quiere aumentarte la cuota. Ni que fuera judío éste." "Mamá, papá también era judío" "Y bien amarrete que era".
La felicidad, si es que existe, está más cerca de la muerte que de la vida. La muerte es la única solución para la vida de mierda. Es la única forma de liberarse de lo malo. Lo malo debe morir. Pero la muerte no juzga moralmente, la muerte es democrática, es fatalmente democrática. Aunque a veces se toma su tiempo.
Mirá imbécil, miserable cobarde, enterate: mi hermano no fumaba, no fumó un cigarrillo en su puta vida y reventó de un cáncer de pulmón. ¿Te das cuenta? Toda la desgracia y ninguna dicha. Como reventar de cirrosis sin haber sido un memorable borracho, como morir de sida sin haber cogido. Pero la vida es así. Se termina. Hagamos lo que hagamos, tenis, caminatas, sauna, dieta sana, abstenciones ilimitadas, controles en las prepagas, siempre, al final, reventamos como perros. Para la parca todos somos subversivos, el principio persecutorio de la Parca es más insaciable que el de Massera, Campos y Videla juntos, nadie se escapa, nadie se salva, todos culpables. Menos mi mamá, que es eterna.
 Sin embargo, no podemos dejar de querer a esa vieja maldita, es que ella es tan conmovedoramente sincera que hasta causa, por momentos, un extraño (y peligroso) amor. Alicia, cuando habla, es lo más. Permítanme mostrárselo:
Habías prometido recitarme una poesía, dice.
Qué memoria, mamá. Te felicito.
Me acuerdo de todo.
¿En qué año cayó Yrigoyen?
En 1930. Era un mujeriego.
¿Y Perón?
En 1955. Otro mujeriego. Se murió la Eva y se dedicó a perseguir mocosas. Recitame la poesía.
Primero las pastillas, viejita.
Fijate bien que te dieron. Aquí, si me descuido, me envenenan.
Esta nota comenzó siendo algo y llegó a ser nada, disculpen, me parece que está a punto de morir... dejémosla hacerlo en paz.

lunes, 4 de octubre de 2010

Épica de un caballero errante



Advertencia previa: El texto que sigue, y que lleva el título arriba consignado, fue escrito por JP, nuestro querido redactor krakaniano que aun sufre las inclemencias de los servicios de internet. Sólo soy un intermediario entre lo que mi compañero hace y ustedes, amigos lectores. Espero que la desidia de los señores Personal, Fibertel, Gigared, Compumundohipermegared no impida ad eternum el acceso de un krakaniano a la web. Todo lo que sigue, de puño y letra de JP:

Sólo Bukowski podía llegar a escribir la epopeya de un héroe bajo, un héroe corriente, nada de venirnos con Rodrigo Díaz de Vivar, Aquiles o Eneas, acá tenemos un detective de poca monta que se transforma en el transcurso de unos pocos días en “el mejor detective de Los Ángeles”.

La historia es buena ya desde la contratapa, tan buena que me llevó a leer mi primera novela larga digital, 122 páginas en pdf que leí en una sola tarde, en dos sentadas. La historia es sencilla y fantástica.

La historia va así: un detective cualquiera que recibe un par de tareítas, y no me vengan con los trabajos de Hércules,

- Primer encargo, averiguar si Celine, (si, aquel francés “agnóstico” y “antisemita”  (sic) de “viaje al fin de la noche”), continúa con vida con 99 años recorriendo librerías de la gran manzana en busca de ediciones de lujo de Faulkner.
- Segundo encargo, averiguar si una esposa le mete los cuernos a su marido.
- Tercer encargo, sacarle una mujer de encima a un hombre, porque la mujer lo agobia, en este caso hay algo para destacar: la mujer es marciana.
-Cuarto encargo, buscar algo que no se sabe si existe, “el gorrión rojo”.

El héroe de la novela llevará a cabo, a veces en etapas, a veces en conjunto, estos cuatro trabajos que le llegaron de manera simultánea a su oficina de detective privado de tercer orden. Al igual que en otros libros de Bukowski que leí (“la máquina de follar”, o algunos poemas de “no me mires las tetas”), las mujeres que aparecen son una más perra que la otra, y perra en el doble sentido, perras sexuales y perras despiadadas. Repetirá algunos escenarios y lugares visitados en su obra (las carreras de caballos, las casas mortuorias), repetirá también algunos elementos, como la presencia molesta de las moscas, la cerveza caliente, las botellas de whisky, y el que será de él luego de muerto, (quedáte tranquilo viejo Buk, “no omnis moria”).  Enfrentará a rivales cada uno más grande que el anterior “gorilas, o simios gigantescos”, venciendo a las mayoría de ellos, y en un alto porcentaje con patadas en las bolas, ya que siempre que debe utilizar su Luger calibre 32 se atascará o no la tendrá a mano.

Si digo que es una novela heroica no es por decirlo, la historia será un largo camino a recorrer con distintos problemas que se le presentarán (¿les suena la palabra periplo?), tendrá más enemigos que enemigos (preferentemente empleados de bares y matones de mala monta), se verá envuelto en una gran contienda (un esbozo de invasión extraterrestre), dejará de lado placeres terrenales, específicamente carnales, e incluso entablará amistades con la mismísima muerte.

La novela está dedicada a “la mala escritura”, pero eso es lo que tiene este Bukowski, aún queriendo escribir algo dedicado a la mala escritura, sale de esa posición y se instala en un borde discursivo completamente envidiable, porque te puede hablar de un tipo violando una nenita, una maquina folladora digna de amar, o una frustrada visita a un psiquiatra, pero tiene todo un aparato literario atrás que hace literatura de cosas banales y mundanas, y si no me creen lean esto:
“Al final es todo tan monótono. Follar, follar, follar. Bueno, la gente se engancha a algo. Después de que les cortan el cordón umbilical se enganchan a otras cosas. A la visión, el sonido, el sexo, el dinero, los espejismos, las madres, la masturbación, el asesinato y a las resacas de los lunes por la mañana.”
En fin, una muy buena y sencilla novela, es como este análisis de la misma (mas por lo de sencillo que por lo de bueno), sencillamente, una novela digna de ser leída.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

De lo que la (Teoría de la) Literatura puede.

-Che, dale empecemos, decime tu tema.
-Arranco boludo, no tengo drama, pero no sé, anoche me quede pensando viste, en esto que hablamos. Anda a saber si el viejo éste no me salta con cualquiera, estoy re cagado.
-Mirá, vos expone ahora. Tranquilo, que capas que al decirlo, no sé, sale algo nuevo, se nos ilumina la Imaginación Radical* (risas) y terminás de saturar tu tema.
-Bueno. A ver, arranco (lo deja de mirar, suelta el mate y agarra las hojas) : “El tema está diagramado como un recorrido, en el que se constatan 4 etapas o instancias. La primera consistirá en la exposición/explicación de dos conceptos de la Teoría Psicoanalítica, el de Proyección de Sigmund Freud y el de Forclusión de Jaques Lacan. En la segunda etapa se tratará de realizar una instrumentalización y/o ejemplificación de estos dos conceptos basándose en la lectura de “Cosmética del Enemigo” de Amélie Nothomb (novela francesa, del año 2001). Este escrito es el resultado del encuentro de una teoría, la psicoanalítica, con un relato, el de un sujeto psicótico. El objetivo principal que atraviesa la construcción de este tema es el de ver cómo la teoría psicoanalítica ha influenciado a la producción literaria y/o ejercicio de escritura literaria.”
-Para, para un cacho.
-¿Qué?
-¿No te parece mejor explicar primero todo el quilombo que tuviste que hacer para llegar a trazar así tu tema?
-¿Vos decís?
-Sí, que se yo, queda más copado. Explicamelo ahora dale, así de paso ensayás y me evitás a mi escuchar por novena vez qué es la forclusión (risas).
-Que hinchapelotas. Bueno, a ver (se levanta, suelta las hojas, y empieza a pasearse por la pieza. Se para en un rincón, abre los brazos y empieza a gesticular): Cosmética del enemigo es una novela francesa del año 2001. Una primera característica que se puede subrayar de este texto tiene que ver con la particular arquitectura que presenta su estructura. La novela está escrita en base a un gran diálogo; es una novela dialogada, hay dos personajes que dialogan. Esta estructura es propia del género dramático, del texto teatral, y en donde hay un diálogo, hay confrontación, hay diferencia de criterios…
-Hay Agón.
-Claro. (Sigue) : la novela centra a dos personajes, en un aeropuerto, toda la novela ocurre ahí. Los personajes no son afines, son desconocidos y están obligados a dialogar por la situación de espera. Angust, un hombre de negocios, se encuentra con que su viaje a Barcelona está demorado, y un desconocido le empieza a hablar. Él se niega a la conversación, pero aunque tome una postura negativa como no contestarle, o responderle cortadamente, o taparse los oídos, o fingir leer un libro, éste no puede salirse.
-Qué insoportable.
-Angust termina cediendo y deja que el desconocido hable. Éste le cuenta su vida, eligiendo particularmente para ello los episodios más escabrosos y desagradables. Le cuenta que una vez siendo niño, Textor Texel (así se llama el desconocido) rezó para que un compañero suyo de clase por el que sentía envidia se muriese y, al fin, acabó muriéndose. Le cuenta además que desde muy chico es huérfano, que lo criaron sus abuelos, que se tuvo que dedicar a mantener a muchos gatos que tenían en la casa, dándoles de comer, una actividad que le repugnaba; y cuenta además cómo una vez una energía que el no pudo controlar
-Es decir, un impulso externo a él.
-Claro, cuenta cómo una energía externa lo empujó a empezar a comer esa comida para gatos. Un acto que hizo que se odiara a sí mismo porque no podía controlarse a si mismo, decía que tenía un enemigo interior que lo llevaba a cometer esos actos. Luego narra cómo en un cementerio viola a una desconocida y cómo se enamora de ella. La persigue durante 10 años, y al encontrarla la mata.
-Bueno, te fuiste al carajo, al final no me explicaste nada cómo llegaste a Lacan.
-Sí, soy una verga. La cosa es así: al final de la novela el lector se da cuenta que Textor texel, el insoportable, no es más que una alucinación de Angust; y yo pensé -en un primer momento- que Textor Texel era una formación del Inconciente de Angust. Nada que ver, el tipo resultó ser un psicótico y no un sujeto neurótico.(agarra una hoja y lee): “Cabe aclarar que en una primera instancia del armado del tema, se intentó construir una lectura de la novela en base a categorías como Inconsciente, Represión y Trauma; sin embargo, al darme cuenta de que el personaje de la novela se construía como un sujeto psicótico y no como un sujeto neurótico o un sujeto que presentase un aparato psíquico normal, las categorías antes mencionadas resultaban insuficientes/inapropiadas para construir una lectura adecuada de la novela y –por consiguiente - la instrumentalización que me propuse iba a resultar errónea”.
-Ah, claro. Ahora entiendo.
-Pero tengo un cagazo bárbaro; tengo miedo de que me salte con que hice psicología de los personajes y esas cosas.
-Ah. Bueno, impersonaliza tu discurso, agarrá y decí “acá se puede ejemplificar el fenómeno o el sujeto de la psicosis” y no digas “el personaje es un psicótico”. ¿Entendes?
-Claro.
-…
-…
-Che, me quede pensando viste, en eso que dijiste de la estructura particular de Cosmética del enemigo. Me envió a El beso de la Mujer Araña. Me hizo acordar viste.
-¿Por? No leí esa novela.
- Esa novela presenta, a nivel estructural, muchas similitudes a la novela francesa. También es una novela dialogada, que centra a dos personajes en una cárcel, un decorador de vidrieras y homosexual (Luis Molina) y un ideólogo y aspirante a revolucionario (Valentín Arregui Paz). Por diferentes motivos (Molina por corrupción de menores y Valentín por sus ideales políticos) los dos personajes se encuentran encerrados en un no lugar, tal y como Angust y Textor Texel, que se encuentran atrapados en el aeropuerto. A lo largo del argumento, Valentín y Molina van tejiendo un texto (una telaraña simbólica) cargada de digresiones, envíos a otros textos, películas, subjetividades ajenas, tópicos. Es el encuentro dialógico (polifónico si querés) ** entre dos sujetos.
-Claro, la paradoja en Cosmética del enemigo es que Angust se está disputando no con otro sujeto, sino consigo mismo.
-Exacto. Los dos textos están como diagramados, como ordenados a partir de una misma arquitectura literaria. Los átomos formales que construyen la génesis del tejido de los dos textos son similares.
-Uh, me concatenaste muchas subordinadas juntas (risas). Che, para, me hiciste acordar a Foucault.
-¿Focault?
-Sí, venís hablando de cierta arquitectura similar, de un cierto ordenamiento particular; y me enviaste a Las Palabras y Las Cosas.
- A ver.
- Foucault se pregunta y se repregunta sobre la base y el orden que presenta nuestro discurso (nuestros discursos, nuestro lenguaje y mundo material), del por qué está ordenado así. Y sin adentrarnos mucho en su teoría arqueológica, podemos extraer dos tipos diferentes de órdenes descriptos en su texto: el de las utopías y el de las heterotopías. El segundo se podría definir sencillamente como aquel espacio heterogéneo, inestable, ausente de lugar común y carente de un orden sincronizado. Foucault se sirve de un texto de Borges, El idioma analítico de John Wilkins, para ejemplificar este espacio heterotópico. Focault, con este concepto, va a plantear que la literatura, como espacio concretizador, puede construir lugares, órdenes, que en otros discursos o manifestaciones no se podrían.
-Lo que la literatura puede.
-Exacto. Pero por otro lado, y es ahí a donde me importa llegar, los lugares (o textos utópicos) son aquellos espacios homogéneos, estables, sincronizados; son aquellos textos que concretizan sus elementos en un lugar común. Si traficamos este concepto para explicar la similitud estructural entre Cosmética del Enemigo y El Beso de la Mujer Araña, podríamos decir que están organizados bajo un mismo orden, el utópico.
-Así planteado parece que acabas de hacer una lectura deslumbrante de los dos textos, pero sólo dijiste lo mismo pensado desde Foucault.
-Exacto, parece que vas a entendiendo los mecanismos de la Teoría y Crítica Literaria.
-Los entendí cuando vi El Artista.
-¿La película? Es buenísima.

(La charla se prolonga durante varios mates más, por cuestiones de economía bloggeriana, le doy el punto y aparte acá).


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*Imaginación radical (Castoriadis): capacidad de la psique de crear un flujo constante de representaciones, deseos y afectos. Es radical, en tanto es fuente de creación. Esta noción se diferencia de toda idea de la Imaginación como señuelo, engaño, etc., para acentuar la poiesis, la creación.

**Dialogismo (Bajtín): cualidad especialmente destacada en los discursos novelísticos por la cual éstos resultan de la interacción de múltiples voces, con ciencias, puntos de vista y registros lingüísticos diferentes.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Sobre como Bruno G. demostró finalmente que la poesía no existe

Ariel Schettini en su magnífico libro “El tesoro de la lengua. Una historia latinoamericana del yo”1 dice que “un poema existe cuando genera un sentimiento de verdad”. Qué es “un sentimiento de verdad”? es difícil de definirlo, de ponerlo en palabras, más porque es una noción muy personal y subjetiva. Probablemente sea algo cercano a enamorarse. Y yo me he enamorado de cuentos, novelas, canciones, discos y películas. Pero rara vez un poema me ha generado algo parecido a ese jouissance barthesiano.

No demos más vueltas: la poesía es sin lugar a duda la más sobrevalorada y pretenciosa de todas las manifestaciones artísticas (arriba inclusive que las “instalaciones” y el videoarte), y solo en muy raros y excepcionales momentos puede lograr una auténtica y genuina emoción.

La poesía sólo puede aspirar como máximo a la creación de algunas imágenes bonitas (frase que sospecho robé a alguien hace mucho tiempo -¿a Borges tal vez?- pero al no encontrar el responsable he terminado por apropiármela –la monologuice diría Bajtin), alguna frase interesante o lograr a través de la innovación formal reírse, parodiar o dinamitar al “género” en si.

Entonces siguiendo la lógica schettiniana: la poesía (para mi) no existe.

Pero.

Tampoco quiero ser tan apocalíptico y absoluto. Sólo voy a decir si ocurriese uno de esos finesdelmundo/dictaduras que imaginaba Roland Barthes y habría que armar un canon o corpus de lo más excelso de la poesía, probablemente, y con esfuerzo, podría rescatar cerca de unos cincuenta “buenos poemas” en dos mil quinientos años de historia. Mientras que si tuviera que realizar la misma operación con novelas o películas el fin del mundo me agarraría en ojotas, tirado en el suelo todavía armando la novena versión de la lista.

Fernando Pessoa tiene un poema que dice: “El binomio de Newton es tan bello como la venus de Milo, Lo que pasa es que hay poca gente que se dé cuenta de ello” (por favor omitan de mencionar mi incoherencia/ironía de hablar en contra de la poesía usando un poema como ejemplo). Siguiendo su lógica y transgiversando un poco sus palabras, estoy convencido de que hay tanta (o más) belleza en Derrida hablando sobre Baudelaire o en Borges sobre Valery, que en los propios Baudelaire y Valery.

Recuperemos entonces la enseñanza del maestro zen2 del día de hoy:

La literatura será en prosa o no será.


El Kraken ha hablado. Hasta la próxima.




1
No lo leí en realidad. Importa?


2
Esto es de Gastaldello. Lo sé.


PD: Este texto iba a ser sobre un poema de Samuel Beckett, pero como el texto me quedó tan pero tan extremo, la inclusión de un par de líneas simpaticonas del irlandés sólo podian dejar en evidencia la mediocridad de incluso uno de los más grandes (y Beckett me cae bien para dejarlo tan mal parado).

PD2: No uso ojotas, pero la escena era mucho más gráfica así.

PD3: El presente texto fue hecho con la intención de hacer enojar a la artista anteriormente conocida como Bubulina. Creo que lo logré.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Todos los caminos conducen a Irlanda

Dizziness. Imán Maleki, pintor iraní.
Imaginemos por un momento que las novelas son mapas… claro, mapas: esos grandes planos –más o menos de papel; más o menos plastificados; más o menos digitalizados– que se pretenden (al igual que el realismo) una fiel representación del mundo.

Un punto en la superficie marca el lugar exacto dónde se levantan metrópolis, ciudades, pueblos, puebluchos y caseríos, mientras que grandes espacios en blanco ilustran la vastedad que existe entre todos los puntos. A veces los mapas también tienen líneas (rutas) que marcan la vinculación entre los puntos y así nos sugieren un recorrido, nos indican el camino (los caminos) a seguir. Cada quien puede elegir tomarlos… o evitarlos. Muchas veces, incluso, las sendas están diferenciadas: anchas autopistas que nos conducen rápido al lugar de destino; rutas que prometen un fácil acceso, pero susceptibles de verse congestionadas por cantidades inimaginables de súbditos del G.H. (Gran Hugo); u olvidados caminos rurales, rotos, desparejos, llenos de piedra que amenazan al parabrisas en cada maniobra… pero que al final de la travesía dejarán como recompensa el grandioso recuerdo de la aventura. (N. del R.: sabrán nuestros inteligentes lectores establecer la apropiada comparación entre los tipos de caminos y las formas de lectura)

Ahora imaginemos que tomamos el mapa entre nuestras manos, y comenzamos a mirarlo (leerlo), a escrutarlo, a estudiarlo. Sin embargo, aún sentimos que algo nos hace falta. Pronto lo sabemos, lo que nos falta, lo que no alcanzamos a ver todavía es un elemento fundamental del viaje... indispensable: un destino. Así estamos, pensando, cuando un paisano, un hombre del pueblo se acerca amablemente y nos dice:

– Disculpe, buen hombre, lo noto un poco perdido, ¿podría ayudarlo en algo?
– Por favor, señor... estoy buscando un destino, ¿sabría usted indicarme el camino?

El hombre nos mira, observa el mapa y sin dudar un instante nos señala un punto en el plano.

– Pues hombre, vaya a Irlanda.

Como quién ha cumplido con una tarea largo tiempo postergada, el hombre del pueblo desaparece rápidamente sin dejarnos tiempo siquiera para darle las gracias. Vueltos a nuestra soledad notamos que un pequeño papel a caído a nuestros pies. Es una tarjeta de presentación con sólo dos incripciones garabateadas a mano: J. J. –y abajo– escritor.

De una manera casi igual de enigmática, Samuel Riba, editor jubilado, alcohólico retirado, hikikomori en potencia: el protagonista de la novela de Vila-Matas, es llamado a esa pequeña nación repleta de poetas y católicos violentos que es Irlanda. Suerte de Quijote pos-moderno, su cerebro se le fríe en las horas y horas que pasa frente al monitor de su computadora, haciendo búsquedas inútiles en google (generosa empresa capitalista que soporta este sitio) o  dedica tardes enteras a trollear en blogs desconocidos.
"Quiénes usan google habitualmente pierden la capacidad de realizar lecturas literarias a fondo." 
"Perdónalos, señor, porque no saben lo que dicen".

Continúo. Riba, al igual que Quijano, decide salir a recorrer el mundo (o La Mancha, o Irlanda), sin un destino claro, sin mapas en las manos. Son ambos (hago esta comparación y veo mesnadas cervantinas asomando el horizonte, dispuestas a cortarme la cabeza y clavarla en un pica a la vista de todo el pueblo) dos "locos lindos e inofensivos" que se lanzan a la aventura sin reparo, dos viajeros conscientes de que sus pasos están siendo inscriptos en el mapa. Dos viejos caballeros que se animan a jugar, de pronto convertidos en niños que dicen –nos dicen– "y entonces, digamos que yo era... y que vos eras... y que..."
"Si todo el mundo comprendiera que de repente todo puede ser nuevo a nuestro alrededor, no necesitaríamos ni siquiera perder el tiempo pensando en la muerte."
Allá va Riba a celebrar el funeral de la literatura, allá donde algunos dicen que todo empezó, allá donde las nieblas cubren los acantilados la mayor parte del día, allá donde en las ramas de los árboles cuelgan palabras en vez de frutos, allá donde todo debiera alguna vez llegar a su fin.
"Nunca nadie pudo aportar pruebas de que los difuntos no puedan vernos."
Si eso es cierto, a vos van estas palabras.