La primera vez que leí 100 años de soledad (o de Brenda ¬¬), sentí, cual Aureliano Buendía, que el universo dependía de mi lectura, sentí desfallecer y desmaterializarse las cosas a mi alrededor. Tuve la sensación de haber leído ya todo lo indispensable para salir a la calle y reclamar mi cartel que dijera “Juan Pablo, lector”.
Tuve que leerlo con un árbol genealógico realizado a mano que desbordaba los límites de la hoja original y que contenía más tachaduras y negaciones que aseveraciones. Siempre digo que después de ese libro, mi cerebro quedó desestructuralizado y que por ello me molestaban demasiado los libros con muchos personajes y que debía recurrir a machetes en los cuales anotar los nombres.
Quizá por eso decidí leer por segunda vez la novela, para tratar de sacarme ese maleficio de la cabeza. Por eso, y por la infinita desacreditación que sufre el escritor colombiano.
“perdónalos porque no saben lo que dicen”
Bardeen sus cuentos pedorros, bardeen su “amor en tiempos del cólera”, e incluso bardeen su mala adaptación al cine, pero no se metan con 100 años, no se los voy a permitir.
La segunda lectura de 100 años de soledad, me mostró, cual Aureliano Segundo, que las cosas solo puede leídas al cabo de un largo tiempo, que es inútil tratar de leer las cosas en el momento en el cual se inscriben, que es imposible escaparse de la diacronía, que solo así se verán las cosas en su verdadero valor.
“la gloria de un poeta depende, en suma,
de la excitación o de la apatía de las generaciones de hombres anónimos
Y sí que depende de ello, la novela que llevó al escritor cafetero a ganar su premio Nobel, no porta sobre sí, aún, -o como le diría Messi a Sportscenter “Ey!, por ahora”- el valor que debería, porque, a diferencia del “flamante” y fascista Vergas Llosa (sic), Tn no le dedica especiales y no se lo invita a la Feria del Libro, y eso que el mismísimo Jorgito B. declara que 100 años es “uno de los más grandes libros, no sólo de nuestro tiempo, sino de cualquier tiempo”, y declara desconocer al peruano vende-humo ese.
Y como no va a declarar eso, si yo, Hic et nunc afirmo, y bajo pena de muerte que JLB se moría de envidia por el tamaño inconmensurable de ese final, que cualquier zapallo y/o estudiante de Letras podría significantizar bajo el rótulo de “Mallarmiano”
“le monde, existe pour aboutir à un libre”
Sí. ¡Y de qué manera!
La lectura es todo lo que hay, no hay nada más allá de la novela, Macondo, y sus calles de barro, y sus miles de habitantes, Macondo y sus héroes y villanos, su tren, su plantación bananera, su callejón de los Turcos, y todo lo que alcanzamos a conocer, ( y aquello que no también) será borrado de la faz tierra. Será un libro sin restos, un libro sin continuaciones, un libro terminado, de cabo a rabo. Un libro que dejará a Badiou (a Badiou, y a todos sus amigachos que suelen poner en su página de facebutt que les gusta “el resto”) perplejos.
Suele decirse que los grandes libros que fueron escritos como proyectos titánicos, tienen, obviamente, partes que sobran, partes de más. Y sí, este libro fue planteado como una obra titánica, y como tal se mete en caminos difíciles de cerrar. De allí, quizás, o no, esa infinita intertextualidad en la Obra “GarcíaMarqueña”, esos personajes transversales a su obra, esas historias contadas en diferentes libros, esos puntos de vistas contradictorios de iguales anécdotas que escapan a 100 años de soledad y se meten, irrumpiendo cual pelotazo sobre el arco de Carrizo.
Cuenta la historia que el mismísimo García Márquez una tarde agarró, sacó todos los depósitos que tenía en el banco, seguramente no eran tantos como hoy día, y le dijo a su mujer, -agarrá esta plata y arreglate para subsistir un año entero, me voy a encerrar a escribir a lo largo de un año, y vos te vas a encargar de todo. Incluso la mujer luego de preparada la comida le golpeaba suavemente la puerta de la piecita en la que escribía y le dejaba la bandeja del lado de afuera para no molestarlo. Cuenta además la anécdota que en todo ese tiempo el escritor colombiano no se vió la cara con nadie excepto con María Luisa Elío, persona a la que posteriormente la honraría dedicándole el libro, por distintos motivos y razones García Marquez no consiguió terminar el libro en el tiempo estipulado, su mujer desesperada por ello salió a los almacenes del pueblo y pidió fiado durante todo el tiempo necesario hasta que su marido terminara la obra, el pueblo por conocer la personalidad del autor y por su popularidad creciente decidió aceptar los pedidos de la mujer, según palabras del mismo escritor fueron aproximadamente siete meses de más los que demoró en finalizar la magistral novela.
Y como semejante proyecto titánico no va a dar como resultado semejante obra.
Se trata entonces de agarrar el libro, ir a la librería de los Turcos (al parecer no solo en Santa Fe los turcos saben hacer la moneda vendiendo libros), y dedicarse a leer el libro. Dedicarse a disfrutar el libro, a sentir el libro, ya que el libro lo es todo y no hay nada más allá. Pero se trata, por sobre todo de hacer una lectura lenta, opuesta a la lectura atragantada, y sin sentido de Aureliano.
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